– VII –
Hace una hora que llegaron al hospital y, hasta el momento, no les han informado nada. Aunque el paisaje que tienen adelante es diferente. Ya no están sentadas en la sala de espera de Terapia Intensiva del décimo piso, sino de pie en los pasillos del doce, tras las puertas de los quirófanos.
Quien las observara podría pensar que se trata de una familia. Una madre y una hija abrazadas en busca de una contención que no encuentran, esperando el resultado de la cirugía del padre. Lejos de eso, son apenas dos mujeres que hasta hace pocas horas ni siquiera se conocían y que, sin embargo, ya están unidas por un fuerte lazo emocional. Saben que, allí adentro, José está librando la más dura de las batallas, y anhelan y temen que esas puertas se abran. Ni siquiera se separan al escuchar los pasos que se acercan.
—Hola. ¿Todavía sin novedades?
Helena lo mira con incredulidad.
—Por acá, sí. Pero, por lo que veo, el que tiene novedades sos vos.
Pablo la mira extrañado, hasta que comprende que su amiga se refiere a la joven que lo acompaña.
—Ah, sí. Les presento a Sofía, ellas son Helena y Candela.
—Un gusto —saluda la joven.
—Encantada. —La observa de arriba abajo—. Yo soy la amiga y ella es la esposa del muriente. Y vos, ¿quién sos?
—¡Helena! —la reprende Pablo.
El rostro de Sofía es amable.
—No se preocupe, licenciado.
Pablo, con gesto incrédulo, toma a su amiga del brazo y la aleja unos metros.
—¿Por qué le hablás así, te volviste loca?
—¡Ah, bueno!
—Ah, bueno, ¿qué?
—Que hace días que no duermo cuidando a este pobre angelito que ya ni sabe cómo se llama, la llevo a casa, la acuno y estoy aquí metida descuidando mi hogar y mi familia. ¿Y vos, qué? Te vas, te levantás una minita, la traés al hospital, ¿y resulta que la loca soy yo?
—Helena, no estás entendiendo nada. Sofía no es una minita. Es la exnovia de Hernán Hidalgo.
—¿Y por qué la trajiste acá?
—Intento averiguar quién le disparó a José.
—¿Cómo, no era Dante Santana?
—Sí, pero también se hace llamar Hernán Hidalgo.
—¿Y por qué tiene dos nombres? —Pablo menea la cabeza—. Está bien, pero no entiendo qué hacés vos con la novia del tipo ese.
—Es que, en realidad, no es la novia del delincuente, sino de la persona por la cual él se hacía pasar.
Helena lo mira, su rostro se relaja y lo acaricia.
—Ay, ¡Rubio, vos no estás bien!
—Te juro que sí, pero es muy difícil de explicar. Por ahora, lo único que puedo decirte es que Sofía nos está ayudando.
—Así que nos está ayudando. —Gira y la mira—. Bueno, por lo menos elegiste una ayudante muy atractiva.
La puerta del quirófano se abre dando paso a la imagen exhausta del doctor Uzarrizaga. Pablo suelta a su amiga y va a su encuentro. Las tres mujeres le siguen los pasos.
—¿Y, Ramón?
El médico comienza a hablar, rodeado por ese extraño cortejo.
—Ha sido una cirugía de siete horas, así que te podrás imaginar que no fue sencilla. Lo importante es que pudimos retirar la bala.
—Entonces, ¿la intervención fue un éxito? —La voz de Candela suena esperanzada.
—Podría decirse que sí.
—Pero ¿está fuera de peligro?
El médico responde con una mueca difícil de descifrar.
—No puedo asegurar eso.
Ahora es Helena quien arremete contra él.
—¿Y por qué no? Si acaba de decir que la operación fue un éxito.
—Es cierto, pero que en la cirugía no haya habido complicaciones no garantiza que el paciente supere el proceso posoperatorio. Además… —Se interrumpe.
—Además, ¿qué? —lo interroga Candela.
—Como presentaba un edema importante, tuvimos que quitar el hueso temporal.
El rostro de Rouviot se ensombrece.
—¿Eso quiere decir que lo desplaquetaron?
—No había otra opción.
—Rubio, ¿qué le hicieron al Gitano? —pregunta inquieta.
Por toda respuesta, él la acaricia. Consciente de lo que sus palabras están generando, Uzarrizaga decide darles una breve explicación.
—Verán, el cráneo es algo así como una caja hecha de hueso que protege al cerebro de posibles golpes, y cumple un rol muy importante porque contiene todo el sistema nervioso central.
—Con excepción de la médula —agrega Pablo.
El hombre lo mira con desaprobación.
—Ya lo sé. Estoy tratando de hacérselas fácil.
—Sí, claro. Perdón.
—En realidad —continúa el médico—, no se trata de un solo hueso, sino de varios que, en su conjunto, forman lo que llamamos cráneo. Los temporales son algunos de esos huesos. Están ubicados acá —toca la cabeza de Helena, que se sobresalta—. Lo que hemos hecho es retirar este —la presiona con el índice— para poder operar tranquilos y decidí no volver a colocarlo hasta que disminuya la presión intracraneana. ¿Se entiende?
—Sí, más o menos. ¿Y qué pusieron en su lugar?
—Nada.
—¿Eso significa que el Gitano tiene el cerebro al aire?
—Podríamos decirlo así.
Candela trastabilla, como si fuera a caer, y Sofía la toma de los hombros. El rostro de Helena ha empalidecido de golpe. Solo Pablo sostiene un fingido control. En ese momento, la puerta del quirófano se abre y asoma una enfermera.
—Doctor, el paciente ya está preparado.
El médico asiente y apoya una mano en el hombro de su antiguo alumno.
—¿Qué van a hacer, Ramón?
—Lo llevamos de nuevo a Terapia Intensiva. Escuchame, sé que es una situación difícil, pero confiá en que vamos a hacer todo lo posible por salvarlo. Las próximas horas son las decisivas. Si responde bien a las drogas, en cuanto podamos, le quitamos el respirador para disminuir cualquier riesgo de infección. La idea es esperar a que baje la inflamación y replaquetarlo.
—Entiendo —balbucea Pablo con temor—. En cuanto a lo otro…
—¿Al locked in? Todavía no puedo decirte nada. El proyectil estaba realmente muy cerca del tronco cerebral, también por eso tomé la decisión de desplaquetarlo, para evitar que la edematización de la zona pudiera afectarlo aún más, pero no vamos a saber el grado de compromiso hasta que no se hagan todas las pruebas. Hay que esperar.
—¿Y existe alguna posibilidad de que esté conectado cognitivamente?
—No ahora, por la medicación que ha recibido. Pero, en dos horas, podría ser que sí. Esperemos que no. De todos modos, no nos apresuremos. —Antes de retirarse mira a Candela que se aferra a su rosario—. Señora, por lo que veo es una mujer de fe. —Ella asiente—. Bueno, no deje de rezar, entonces. —Se acerca a Pablo y le susurra—: Eso la va a mantener más calmada y, además, en este momento cualquier ayuda es bienvenida.
El cirujano los saluda y vuelve a entrar al quirófano, dejando atrás al pequeño grupo que, por un momento, queda envuelto en el más absoluto silencio.