– III –
Luego de examinar las notas que ha tomado, se dispone a seguir escuchando la grabación de las sesiones que el Gitano tuvo con HH o, mejor dicho, con Dante Santana. Repite ese nombre una y otra vez, como si quisiera grabarlo a fuego en su mente. De algún modo se siente orgulloso de haber llegado al menos hasta él. Sabe que lo que no puede nombrarse habita en un mundo desconocido y angustioso, como esos secretos familiares que nos recorren y de un modo silente van marcando destinos de dolor. Es analista y ha comprobado que nombrar algo permite ponerle un coto, un límite al efecto devastador que puede provocar desde el abismo del silencio.
Es muy temprano para una copa de vino, y ya lleva demasiados cafés en el día, de modo que se sienta frente a la notebook sin más compañía que un cuaderno y una lapicera. Ya ha cerrado las cortinas del ventanal, apagado las luces, y seleccionado el archivo que lleva por nombre 20 de marzo. Es momento de seguir con la pesquisa.
Las primeras dos sesiones que escucha pasan sin que nada le parezca importante. Está enojado con él mismo. Le cuesta creer que no haya encontrado al menos algo que lo ayude en su búsqueda. Sabe que siempre, cuando alguien habla, dice mucho más de lo que se quiere decir y, por más psicópata que sea, Santana también tiene un Inconsciente. Sin embargo, su discurso no le ha dejado ningún rastro que pueda guiarlo hasta él. Desanimado, renuncia al cuidado de su salud y se sirve un café más.
Ha perdido una hora y media oyéndolo hablar de cosas que ya sabe. De su hermana Rocío, su casa de Barrio Parque, su madre, su padre y los problemas que tienen por la elección de su carrera. Nada nuevo, solo la constatación de que Dante Santana conocía cada detalle de la vida del hombre al que estaba suplantando y ha compuesto un personaje perfecto. Cualquiera que las escuchara creería que esas sesiones pertenecen realmente a Hernán Hidalgo.
Siente la tentación de apagar la computadora y volver al hospital. Pero sabe que su presencia allí no serviría de nada en este momento, pues la operación aún está lejos de terminar. Así y todo, no puede evitar imaginar a su amigo con el cráneo abierto, rodeado de médicos, anestesistas e instrumentos quirúrgicos. Conoce lo delicado de la situación y sabe que en cualquier momento podría recibir una llamada del doctor Uzarrizaga comunicándole la peor de las noticias. Se angustia de solo pensarlo, razón por la cual, y ante la falta de un plan mejor, decide escuchar una sesión más.
Saborea el gusto amargo del café y, sin saber por qué, piensa en el néctar, el vino sagrado que deleitaba a los dioses del Olimpo.
Los minutos corren sin que pase nada, hasta que de pronto comprende algo: todo este tiempo estuvo demasiado atento al relato. ¿Cómo pudo equivocarse tanto? Ha dejado de confiar en su técnica, el psicoanálisis, y en quien es, un analista. Como tal, conoce que el único modo de atrapar lo que subyace al discurso manifiesto de un paciente es entregándose a la atención flotante, esa manera de escuchar que no selecciona ningún contenido, que no prioriza ni anhela más que la sorpresa de un decir inesperado, y no es precisamente lo que hizo hasta ahora. Por el contrario, en su obsesión por buscar, él mismo ha obturado la posibilidad de encontrar.
Es cierto que Ganducci ya dio vuelta el reloj de arena y los granos empezaron a correr. Pero esos son los tiempos de la ley, incluso de los hombres, pero no los del análisis.
Repasa en su mente lo que ha oído y está convencido de no haber dejado pasar nada fundamental. De todos modos, hay algo que lo relaja: sabe por experiencia que el Inconsciente insiste. De modo que, si algo trascendente hubiera aparecido en las sesiones anteriores, está convencido de que retornará en algún momento.
Comprende además que, por una razón elemental, debe separar sus interpretaciones de las de José, pues él creía estar escuchando a Hernán Hidalgo y Pablo, en cambio, sabe que eso no era más que una mascarada. El paciente era Dante Santana y, por más que haya querido ocultarse, en algún momento su Inconsciente lo traicionaría. Rouviot solo debe estar abierto, relajado para cuando esto ocurra, y hay un lugar en el que eso le resulta extremadamente habitual. Entonces, apaga la notebook, la guarda junto a sus cosas y sale rápido del departamento.