– XV –

Necesita descansar, pero no puede permitirse ese lujo. Bermúdez tiene razón, en cualquier momento Ganducci va a cerrar el caso y eso le genera una ansiedad que le cuesta manejar, sin embargo, debe continuar buscando hasta que aparezca algo. Sabe que, todavía, no puede armar el rompecabezas, y eso lo enoja. Está convencido de que hay cosas que se le están escapando, pero ¿cuáles?

En busca de calma, conecta el bluetooth de su celular al parlante y elige una carpeta que lleva por nombre: «Conciertos». La música siempre lo ha ayudado a pensar, quizás porque su anhelo de ser pianista y director de orquesta sigue vivo en algún lugar de su Inconsciente. Sea como fuere, escoge el concierto para piano número veinte, se sirve una copa de vino, y se sumerge en el clima oscuro y potente de Mozart, hasta que, al rato, se le impone una idea.

Desde chico amó la matemática y, por eso, dedicó mucho tiempo a su estudio. Siempre le asombró ver cómo, a partir de una lógica tan abstracta, se podían abordar las cosas más cotidianas, y aprendió de ella que, para resolver un enigma, es fundamental tener en cuenta dos cosas. La primera, la obligación de plantear el problema de modo adecuado: no es posible encontrar la solución correcta a un dilema mal formulado. La segunda, que resulta indispensable obtener los datos mínimos necesarios antes de encarar esa resolución. Es imposible lograrla si falta, al menos, un dato, y entiende que es probable que aún no tenga los suficientes para dilucidar el misterio que enfrenta. Es más: ¿lo habrá formulado del modo correcto?

Imbuido de estos pensamientos, se sienta frente al cuaderno y garabatea un esquema rudimentario. Aunque muchos que lo conocen se burlan de él cuando encara este tipo de ejercicios, en más de una ocasión, al enfrentar cuestiones difíciles de discernir, darles una forma algebraica, y por ende desafectivizada, le permitió encontrarles un sentido. ¿Por qué no va a servirle esta vez?

—Veamos —se dice y comienza a armar una ecuación simple.

Ha partido de una premisa: José no es un suicida, ergo, no es posible que haya intentado quitarse la vida, y como consecuencia de eso, resulta indispensable que en el acto haya participado otra persona. A partir de esa proposición, planteó la pregunta: ¿quién pudo haberle disparado al Gitano? Esa fue su incógnita inicial, a la que intuitivamente bautizó HH, aunque ahora, como corresponde, designa con una «X».

Siguiendo esa hipótesis, comenzó con la obtención de datos: contactó a Bermúdez, fue al consultorio de su amigo, visitó la casa de los Hidalgo y el departamento de Hernán. Después de este proceso, obtuvo las pistas que lo condujeron hasta la librería en la que dio por fin con el nombre del sospechoso, con lo cual, el problema inicial fue resuelto: «X» era, en realidad, Dante Santana.

Una vez despejada esa incógnita, empezó a trabajar con otra, que ahora, en su cuaderno, designa con una «Y»: ¿dónde encontrarlo?

A partir de ese momento, como lo hiciera al principio, reanudó la búsqueda de nuevos datos: conoció a la novia de Hernán, fue hasta el orfanato, consiguió fotos de Santana, descubrió que no existía fecha de su egreso del instituto, volvió a hablar con Mansilla, logró sacarle el nombre del padre biológico de Dante, fue hasta la estancia y se entrevistó con Natalio. Diría que pudo recabar muchos más datos que los que tenía cuando resolvió la primera incógnita. Y, sin embargo, como le señalara Sofía, esta vez no lograba hallar la solución y todo lo llevaba siempre a un callejón sin salida.

El concierto de Mozart ha concluido, y ahora es la melodía imponente número dos de Rachmaninoff la que inunda su departamento. De todos modos, Pablo continúa sumergido en sus reflexiones hasta que, de pronto, algo se abre paso en su mente y comprende cuál ha sido su error. Todo este tiempo se estuvo planteando el problema de encontrar a Dante sin haber resuelto antes un enigma indispensable. Cegado por el cómo, no reparó en el porqué. ¿Por qué ese hombre atentó contra la vida de José? ¿Cuál fue el motivo que lo llevó a realizar semejante acto? Y, en ese instante, tiene la convicción de que, si puede responder a esa pregunta, el camino hacia él va a allanarse de inmediato.

Con el entusiasmo de haber encontrado una idea directriz, enciende la computadora y se dispone a seguir escuchando, pero ya no la música de sus autores preferidos, sino las palabras que pueden permitirle adentrarse en el oscuro Inconsciente de Dante Santana.

La voz ausente
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