– I –
Desde el primer suspiro, la vida nos pone ante el desafío de enfrentarnos a cosas que jamás entenderemos. La muerte tal vez sea la más cruel de todas ellas. Insensata, muda e inevitable espera en una esquina incierta, y el reto es construir, aun a su pesar, una vida que encuentre algún sentido.
Pablo es analista y sabe que el miedo es una emoción que nos pone alerta ante la presencia de un posible riesgo, lo conoce muy bien. Para él ha sido casi un compañero de aventuras, un aliado. Aprendió a aceptarlo desde chico, allá en el campo, cuando el viento amenazaba con volar el techo de su casa. En esas jornadas de tormenta, ya al atardecer el olor a tierra anunciaba la llegada de la tempestad, y el ambiente familiar de la llanura se volvía extraño. Los pájaros se guarecían en los árboles, no se veían las liebres corriendo e incluso los teros guardaban un extraño silencio.
Recuerda uno de esos días. El cielo encapotado dejaba la sensación de una noche prematura. Había salido a caminar y se encontró de pronto en medio de unos cañaverales que parecían impenetrables. Hacía un gran esfuerzo para poder desplazarse y avanzar por la tupida vegetación cuando de repente, al abrir unas cañas, un monstruo gigantesco se le abalanzó. No había sentido nunca un miedo semejante. Gritó como solo un niño puede hacerlo: sin pudor, dejando que un terror atávico saliera de su cuerpo. Se echó al suelo y se arrastró con esfuerzo hasta encontrar la salida.
La lluvia había empezado a caer y el cielo estaba ennegrecido por completo. Por suerte, algunos relámpagos iluminaban la oscuridad eterna de la pampa húmeda. Se levantó como pudo y corrió sin rumbo. Solo quería alejarse de la morada de ese diablo alado que lo atacó con una mirada que no olvidaría jamás.
La mañana siguiente, enterado de lo sucedido, su padre decidió llevarlo nuevamente hasta el lugar. Pablo no quería volver, pero el hombre le dijo que debía enfrentar a sus demonios si no quería que estos lo habitaran para siempre y, desde las sombras, manejaran su vida. Con la luz del día y la mano ancha y fuerte que lo sostenía, se internó nuevamente en el cañaveral hasta que encontraron lo que habían ido a buscar. Supo entonces que aquella bestia infernal era en realidad un enorme búho que anidaba allí escondido. Ese día aprendió dos cosas: que el horror puede tomar las formas más vulgares y que debía aprender a respetar al miedo.
Sin embargo, sabe que la desmesura acecha y puede transformar en patológicas reacciones que, en su justa medida, son sanas. Los griegos huían de la hibris, del exceso, como del infierno. Basta recordar la inscripción que recibía a quienes visitaban el Oráculo de Delfos: conócete a ti mismo, y nada en demasía. Por eso siempre ha luchado para que sus miedos no alcanzaran la estatura del terror.
Cuando el taxi se detiene y lo deja en la puerta de la casa de la familia Hidalgo siente miedo. No va a permitir que lo inmovilice, pero lo considera y se esfuerza en estar atento.