– VII –
Vuelve a su casa con una sensación confusa. Ingresa al living, prende la luz, se sienta, silencia el celular y lo da vuelta para que la pantalla quede hacia abajo. No quiere que nada lo distraiga. Apoya la cabeza en el respaldo y echa a andar la grabación.
Al cabo de dos horas, se pregunta si esto tiene algún sentido, pues ha escuchado casi tres sesiones sin que nada le pareciera importante, excepto la mención de Sofía que apareció sin demasiado protagonismo en un momento del relato. Pero no está dispuesto a que eso lo distraiga, y sigue hasta que la voz de Santana cambia de modo casi imperceptible, pero no tanto como para que no lo advierta. Dante refiere un día en que salió a pasear en lancha con un amigo, Juan. Suena entusiasmado y, por la justeza de los detalles que brinda, Pablo comprende que no está inventando, que efectivamente debe haber vivido ese momento y asume, con toda convicción que, fiel a su estilo, solo se limitó a intercambiar los roles; en verdad él es Juan, y Juan es él, pero da por sentado que el relato es verdadero.
—Fue una experiencia maravillosa, te lo juro. Juan estaba relajado y se reía como nunca lo había visto. Fui hasta la heladera, saqué dos cervezas y brindamos por nuestras vidas. Después, subimos a la proa, nos tiramos a tomar sol y nos quedamos en silencio. Solo se escuchaba el ruido del agua y el grito de algún pájaro. En un momento, giré para mirarlo. Él tenía los ojos cerrados y una sonrisa dibujada en la boca. El viento le movía el pelo y…
—¿Y qué?
—Y pensé que era la única persona en el mundo con la que podía ser yo mismo, la que podría entenderme y aceptarme como soy.
—¿Y cómo sos?
Pausa.
—Solitario, me cuesta hablar con la gente… a veces siento que soy invisible para los demás.
—Eso no es cierto. Tu novia no solo pudo verte sino también elegirte.
Por el tono de su respuesta, la intervención parece haberlo molestado.
—Sofía no es muy importante para mí. Ella tampoco me conoce.
—Sin embargo, salen, comparten tiempo con tu familia y tienen sexo.
—Sí, pero no el sexo que yo querría tener.
—¿Por qué decís eso?
—Porque es así.
—Contame, ¿cómo es el sexo con ella?
Pablo detiene la grabación. No sabe si tiene ganas de escuchar lo que sigue. Sofía le gusta mucho y, además, considera deshonesto husmear en ese tema sin su autorización. Sabe que Santana jamás se ha acostado con ella, pero es posible que Hidalgo le hubiera contado algunas cosas. Y la idea de imaginar a Sofía haciendo el amor con Hernán le molesta, pero no tiene más alternativa que seguir. Si el riesgo es la desilusión o la angustia, debe enfrentarlo para llegar hasta el hombre que puso en peligro la vida de su amigo. Entonces, sin dudar, echa a andar nuevamente la grabación.
—Sofía es hermosa, pero fría. Igual, me gusta mirarla.
—¿Por qué?
—Porque tiene una boca que parece dibujada, y una mirada oscura y profunda. Sin embargo, es demasiado chiquita, bella sí, pero sin formas, y a mí me gusta un cuerpo diferente. Tal vez por eso, cuando estamos juntos, no disfruto demasiado. Además, en el fondo, es la hija malcriada de una familia tradicional. Vos sabés que esas cosas te marcan, y en ella, los condicionamientos se notan mucho. Todo le da vergüenza, cuando no asco, y solo se permite un sexo rutinario y previsible, y me gustaría poder concretar algunos deseos más jugados.
Pablo no puede evitar sonreír, y una frase de Sofía vuelve a su mente: por lo general, me lleva más o menos una hora demostrarle a la gente que no soy una mujer hueca y frívola. Es evidente que Dante también se dejó llevar por ese prejuicio porque no llegó a tratarla. Todo lo que dice de ella demuestra dos cosas. La primera, que alguna vez debe haberla visto. La descripción que hace es exacta solo en lo aparente. Pablo mismo recuerda que al conocerla le llamó la atención su extrema delgadez. Por eso se sorprendió tanto al verla desnuda, porque jamás hubiera imaginado que esos pechos a los que había acariciado fueran tan grandes, ni sus caderas tan marcadas. El cuerpo de Sofía era casi prepotente, y distaba mucho de carecer de formas. Sin embargo, ese era un secreto deliciosamente guardado. La segunda cuestión, es que por el relato que hace de su comportamiento en la cama, es obvio que Hernán habló con Dante de la sexualidad que tenían. Y, si eran tan amigos, ¿por qué evitó hacerlo?
Sea como fuere, no es momento de distraerse, sino de seguir escuchando.
—Bueno, está bien. Digamos que las relaciones con tu novia no son tan intensas como te gustaría, pero igual está a tu lado, te acompaña, y además también tenés a tu mamá que, por lo que me contaste, te quiere mucho y a tu hermana con quien podés contar siempre.
El grito rompe el clima del ambiente.
—¡No estás entendiendo nada de lo que digo!
La voz suena enojada y, por los ruidos que escucha, Pablo intuye que en ese momento se ha levantado del diván de modo compulsivo. Los pasos le indican, incluso, que camina hacia algún lugar. La pregunta de José no se hace esperar.
—¿Qué pasa, Hernán?
—Me voy.
—Pero todavía no di por terminada la sesión.
—Pero yo sí. ¿O, aquí también tengo que esperar la autorización de alguien para irme?
La voz del analista intenta impostar una calma que en realidad no siente, no obstante, su tono resulta convincente.
—No sé bien qué te enojó tanto, pero podemos conversarlo. Así que te invito a que vuelvas al diván y me lo digas. Quizás, esto que pasó nos sirva para avanzar, porque estoy seguro de que, en el fondo, ese enojo no es conmigo. Sin embargo, aunque yo decido cuándo termina la sesión, no acostumbro a retener a mis pacientes por la fuerza, de modo que si querés irte, ya sabés dónde queda la salida.
Durante unos segundos todo es silencio, hasta que el sonido de los pasos que se acercan le hace suponer que el paciente está volviendo al diván. El ruido característico del cuerpo al entrar en contacto con el cuero de la chaise longe confirma su sospecha. Cuando Dante retoma la palabra, otra vez suena calmo y ameno.
—Perdoname. No suelo descontrolarme, pero se ve que hay una parte de mí que todavía no puedo manejar. A lo mejor, por eso estoy acá.
—Puede ser. De todos modos, me gustaría saber qué fue lo que te irritó tanto. Veamos. Vos me hablabas de tu sensación de desamparo y yo te confronté con el hecho de que tenés a tu madre, a tu hermana, y nombré también a tu novia. A ver, pensá qué de todo eso puede haber despertado tu violencia.
—¿Violencia? —pregunta risueño—. ¿No será mucho?
—No. Hernán, hay distintos grados de violencia y, lo aceptes o no, tu actitud fue agresiva.
Hace una pausa, como si estuviera buscando la respuesta adecuada.
—A lo mejor no tuvo que ver con las personas que nombraste, sino con la que dejaste afuera: mi padre. Y tenés razón, el tema no era con vos. Es que el solo hecho de pensar en él, me saca de las casillas.
—¿Querés hablar de lo que te pasa con tu padre?
—Mirá, a lo mejor soy injusto, pero no lo puedo evitar. Él cree que tiene potestad sobre mí, como si todavía fuera un chico, pero ya no lo soy. Ahora puedo decidir lo que quiero para mi vida sin tener que pedirle permiso a nadie.
Quizás no quiso ahondar más en el tema para no arriesgar el vínculo luego de un momento tan tenso, pero la cuestión es que José dejó que el paciente retomara el control de su discurso.
Conoce demasiado bien a su amigo como para respetar esta decisión, aunque lamenta que no haya profundizado más sobre el asunto. Sin embargo, tiene la certeza de que hay algo en lo que escuchó que es importante para la pesquisa que está llevando a cabo.
Es evidente que, movido por los efectos transferenciales que produce el análisis, Santana no pudo evitar mostrar aquello que lo angustia, y Pablo decide llevar adelante un trabajo minucioso: tomar todo lo que ha resaltado durante las sesiones que escuchó e intentar diferenciar cuándo lo dicho proviene de Hernán, o al menos del Hernán que habita en la realidad psíquica de Santana, y cuándo los pensamientos y emociones que aparecen pertenecen a Dante.
Sabe que no será una labor fácil, pero algo en su interior le dice que está cada vez más cerca de conocer el alma de ese hombre que, por algún motivo, usurpó la identidad de Hernán Hidalgo e intentó asesinar al Gitano. Mientras tanto, hay una cosa que, aunque le cueste, no puede dejar de hacer.