TRON
(Tron, 1982)
Estudio: Walt Disney Studios. Director: Steven Lisberger. Intérpretes: Jeff Brldges, Bruce Boxleitner, David Warner, Cindy Morgan, Barnard Hughes, Dan Shor. Duración: 96 minutos.
Antes de que la informática se adueñase de las superproducciones fílmicas de alto copete, antes de que todo pareciese irrealmente verídico sobre la pantalla de chroma key existió una pequeña pero deliciosa película titulada Tron. Se nos permitirá lo de «pequeña» por nacer como divertimento infantil-juvenil desde la casa Walt Disney Productions, al igual que por ser un auténtico fracaso en las salas en su año de estreno. Increíble-ble-ble, que diría el ínclito detective rockanrolero Ford Fairlane en voz de Pablo Carbonell. Este largometraje aterrizaba en unos años 80 que verían el verdadero estallido informático en la tierra de las hamburguesas. El gran boom de los videojuegos, del iniciático gatear masivo de la cultura PC. Puede resultar desternillante el doble rasero que se utilizó en aquella época con el subgrupo de los empollones. Esos nerds, como se les conoce en los páramos yanquis, que igualmente eran vapuleados en decenas de filmaciones universitarias como exaltados cual héroes en otras tantas ofertas. Los protagonistas de Tron pertenecen a esta última apuesta pero, en fin, al ser ya talluditos, dar bien ante la cámara y representar a la ciencia que traerá el futuro a Estados Unidos, como que se les perdona. No hay engaños en estas mediciones, o te pareces a Steve Urkel o no eres un verdadero nerd (eso deben seguir pensando las productoras).
La película venía a ser la unión de fuerzas en favor de la modernidad. Siendo más papista que el Papa, Steven Lisberger entra en colaboración con artistas gráficos y conceptuales como Jean Giraud, más conocido como Moebius, y Syd Mead, esplendoroso tras creaciones pertenecientes a Blade Runner o Alien. Wendy Carlos, una de las más lustrosas defensoras de la evolutiva del sintetizador se encargó de dotar al conjunto con una masa sonora idílica, excitante por momentos y casi infantil en otros. Todo este majestuoso trabajo, en el que se utilizaron hasta casi 32 minutos de animación parida desde las tripas de un ordenador, llegó ante nuestros ojos como maná. Ese sueño que no por actual resultaba menos futurista, cambió la visión de muchos de los jóvenes infantes que posteriormente vieron crecer la generación de paraísos computerizados. De historia simple pero efectiva, Tron veía la luz como el dardo certero que extrañamente se transforma en un huevo que no cuajó. Sí se logra amortizar su versión como videojuego, y hasta su atracción en los parques Disney, pero la creación sólo sería correctamente entendida con el paso de los años y con la conquista de otros países más abiertos a la sorpresa llegada, como cantaba aquella, de tierra extraña.
¿Dónde está el error? Analicemos argumento y personajes. Tenemos por un lado el mundo de las nuevas tecnologías, mientras que por otro la sempiterna aventura con malo, bueno, chica, escudero, vejete sabio y paternalista. Hasta aquí todo correcto, ¿no? Entonces por qué con War Games (Juegos de guerra) se la colaron al público un año después sin demasiadas palomitas chorreantes de mantequilla y sin embargo Tron sufrió el destierro. ¿Acaso ambas no hablan de ordenadores? Cierto es que el largo del 82 utiliza sin reparos la jerga informática para más gloria de los enterados, pero su tratamiento dentro de la máquina es más del serial francés educativo Erase una vez el cuerpo humano que un extraño galimatías de piezas minúsculas y cortocircuitos. Ahí tenemos a Kevin Flynn (Jeff Bridges), el nerd que fue engañado por los adultos, personificados en la imagen de Dillinger (interpretado por el siempre efectivo David Warner). Un guaperas diestro frente a las teclas y programador de videojuegos en alza que por un revés del destino, y, claro está, por las malas artes del citado jefe jefazo de su empresa, pierde la autoría de todas sus creaciones. ¡Snif! Alan Bradley (Bruce Boxleitner), creador del programa Tron, y Lora (Cindy Morgan), ex novia de Kevin y pareja de Alan, le ayudarán a vencer al CPM (Programa de Control Maestro o Central) y recuperar el crédito perdido (o lo que es lo mismo, convertirse en millonario… aunque eso ni ellos lo imaginan, ni tampoco se aclara en la película). En fin, para resolverlo el protagonista de marras termina dentro de la base del ordenador que ejerce de gran hermano todopoderoso. Allí se topa con los alter egos de los participantes en el mundo real de su charada, o lo que es lo mismo, los programas de cada uno. Comienza el lío y las risas gracias a un humor dulce en busca de ganarse a los resabidillos.
En defensa del obtuso publico norteño que expulsó de los States el filme como si fuese la peste, afirmar que varias estrellonas se quedaron fuera del proyecto, matando en cierto sentido bazas fundamentales de la obra. Peter O’Toole se negó a encargarse de Dillinger, al igual que Deborah Harry no terminó de convencer para el papel de Lora y su imagen en el ordenador Yori. Pero aquí hay que hacer un alto, pues estamos hablando de la imprescindible líder de los new wave Blondie. Ella, que hasta dio para un «Playboy», habría logrado matar la candidez del personaje femenino, añadiendo una tensión sexual que de seguro vitorearían los adolescentes yanquis tan dados a este tipo de lances en sus lanzamientos cinematográficos (cuanto bueno hicieron las sesiones de grindhouse por ellos). Aun así, y retrotrayéndonos a días más impresionables, no se nos escapa la magia de un arma tan casera como la utilizada por los programas representados en Tron. Ese disco playero, una suerte de superdisco chino con franjas luminosas que hizo nuestras delicias y dio buenas perras a los comerciantes de chiringuito on the beach. En cualquier caso, todavía hoy soñamos con la fusión de lo que pudo ser y no fue, ese hermanamiento entre Wendy Carlos y Supertramp que, por problemas con las fechas de gira de la banda británica, no se pudo llevar a buen puerto. Una lástima.