WILLOW
(Willow, 1988)
Estudio: MGM Studios. Director: Ron Howard. Intérpretes: Val Kilmer, Joanne Whalley, Warwlck Davis, Jean Marsh, Patricia Hayes, Tony Cox, Kevin Poilak, María Holvoe, Gavan 0’ Herlihy. Duración: 120 minutos.
¿Existe un ayer cinematográfico antes de que Peter Jackson tomase el mundo con su interminable revisión del gran libro de Petete de Tolkien? ¿Tiene explicación la imparable moda de lo épico? ¿En qué sueñan los neo góticos que controlan el underground? Y los visitantes de las ferias conmemorativas de comics y películas minoritarias, ¿dónde compran la ropa interior? Puede que una única palabra responda a todo lo cuestionado, al igual que puede resultar cada incógnita planteada como desconcertante galimatías para hacernos notar antes de entrar en materia. En fin, dejemos que Willow sea la carta de presentación de su propia leyenda. En un 88 en el que esperpentos como Payasos asesinos del espacio exterior cobraban sentido, Ron Howard ponía en la pista de los degustadores de mundos imaginarios las aventuras y desventuras de un pequeño héroe creado por un George Lucas en la sombra. Bob Dolman remataría el guión, y, venga, ya tenemos agujero espacio temporal para creer en lo inimaginable.
No debemos desterrar muy lejos a Mr. Jackson, papá de extraños inicios como Mal gusto y similares, pues Lucas no se distanciaba en la idea primera. La verdad que oculta Willow es un segundo plato tras cancelarse la posibilidad de una adaptación para la gran pantalla de aquella novela titulada «The Hobbit» (nueva reverencia a la figura del literato J.R.R. Tolkien). Desde ese momento la raza protagonista muta su nombre por el de Nelwyns, al igual que el pequeño gran viajero de orígenes humildes pasa a llamarse Willow Ufgood. El resto se enmarca divinamente entre lo mil veces aprendido de los cuentecitos de hadas y lo ya sabido de la escuela medieval. Con un Warwick Davis que aporta toda su emotividad a Ufgood, mientras que Val Kilmer le echa entrega y humor del mercenario Madmartigan. Todo ello fluyendo sin cortapisa por una banda sonora que se emborrachaba del mejor Robert Schumann o del estricto Richard Wagner, score de James Horner que pretende tributar a tan inolvidables compositores clásicos.
De seguro parentesco si nos ponemos imaginativos con filmaciones como Ewoks: the Battle of Endor o Labyrinth (en ambas aparece Warwick Davis), Willow será recordada entre los más técnicos por ser la primera película en utilizar entre sus efectos computerizados la técnica del morphing. Esta resultona combinación de imágenes, explotada para mayor gloria en el clip promocional de la canción «Black or white» del Peter Pan Michael Jackson, se utiliza para crear cierta mutación en una pequeña escena de vídeo que haga pasar un objeto a la complexión de otro, en una interpolación de forma. Un avance técnico inesperado para un George Lucas que deseaba fuese este montaje para los cines el primero de una trilogía. El sueño únicamente consiguió un final feliz como tres ediciones noveladas («Shadow Moon», «Shadow Dawn», «Shadow Star») de desarrollos paralelos de la que quiso y no pudo ser saga de éxito. Mala suerte, aunque había que intentarlo.
Lo cierto es que la carga en chascarrillos y bromas sentidas que oculta el ochenta por ciento de los diálogos colma esta obra cinematográfica de un encanto especial que muchas conquistas posteriores no nos han dejado. De hecho, el entrañable Davis que encarnó al Nelwyn Willow ha sido recuperado, para regocijo de los que le disfrutamos en tales contiendas de los 80, en el papel de Profesor Flitwick en las correrías del inagotable Harry Potter. Dónde están las firmas para hacer una estatua a este versátil actor que lo mismo se mete en la piel de un Ewok como se engalana para hacer de entertainer de un club nocturno en Ray.