KARATE KID
(The Karate Kid, 1984)
Estudio: Columbia Pictures. Director: John G. Avildsen. Intérpretes: Ralph Macchio, Pat Morita, Elizabeth Shue, Chad McQueen, Martin Kove, Wllliam Zabka. Duración: 112 minutos.
La lucha del ser humano por superarse, los retos que cada joven debe pasar para convertirse en adulto, la responsabilidad de las cosas bien hechas,… ¡Tonterías! Karate Kid no es otra cosa que una filmación promocional para enganchar a niñatos en favor de las escuelas de dicho arte milenario de autodefensa. Y si no es así, qué engañaditos nos tenía John G. Avildsen. Este retrato de castañazos en lucha por el respeto de tus iguales en edad y sueños húmedos, al final quedó como plástico desarrollo en clave de artilugio rimbombante con escenas de violencia para angelitos de entre tres y cinco años.
No cabe duda de la intensa relación de amistad entre adolescente y señor entrado en años, aunque a distancias kilométricas se encuentra de algo tan delicado y tierno como fue la base planteada en aquel En el estanque dorado. Claro, que en aquel 1981 el abuelete era Henry Fonda y en Karate Kid el Ah-Chew de Sanford and Son, Noriyuki «Pat» Morita, tomaba ese difícil rol de antipático educador y fiel estufa para las noches de invierno (es decir, hospicio para cuando los muchachos de la escuela Cobra-Kai ponían fino al joven Daniel LaRusso). Y esa es otra, por qué tenemos que sufrir visualizando la representación de un actor pésimo como Ralph Macchio. ¿Hemos pecado en otras vidas? Que alguien explique este caso de craso error de casting. Lo cogieron para dar pena, seguro, para que los más retraídos se identificasen con su facha e hiciesen suyos sus sueños; pero a la postre el observador más fiestero lo único que siente es cierta tirria hacia tan plano interpretador.
Sin embargo, y cargando con unas pegas que podrían haber tumbado a cualquiera, Karate Kid se alzó como película de culto. Muchos de sus chascarrillos y frases hechas se siguen utilizando actualmente —dar cera, pulir cera… ¿nadie recuerda aquello de «cortarle el cuello a una niña es como cortar mantequilla»? de Commando: Hay guionistas para todo, vamos, una especie de hito cercano al chiquitistaní chapurreado por el inevitable Chiquito de la Calzada —¿te daaaaa cuen, fistro de la pradera?—. Eso, y por supuesto, claro está, la indispensable posición, salto o patada de la grulla, como mejor prefiera denominarla. Puro ballet a los ojos de unos criajos que salían de las salas de cine cumplimentando de cardenales las espinillas de los padres sufridores. Menuda técnica, acabáramos.
Como datos para quedar de fábula en reuniones de amigos trasnochados, igual de freaks que los dos juntaletras que escriben estas palabras, contar que la fama ganada por Macchio interpretando a LaRusso le llevaría a llamar Daniel, nombre de pila de su personaje en el filme, a su primer hijo. Menuda cucamona para un actor que poco o nada ha dejado para el recuerdo en sus siguientes saltos sin red. En fin, al menos siempre queda el consuelo de referirse a aquella serie de tebeos de igual título que el largo en cuestión y que se habían editado años antes por DC Comics. Y cuidadito con no tirar del socorrido dato de los hijos de famosos; tanto uno de los contrincantes de Ralph (Chad McQueen) como uno de sus compañeros de clase (Frankie Avalon Jr.) venían respaldados por los apellidos ilustres de unos papás referencia del show business. Sobre todo es destacable el caso de Chad, sangre de la sangre de Steve McQueen, muchacho que al igual que su progenitor había tomado anteriormente clases de artes marciales. No se debe pasar por alto la filia de Steve hacia todo lo promovido por Bruce Lee, por el que se llegó a interesar en su época en la que ofrecía clases particulares al famoserío yanqui.