Capítulo II
JUVENTUD, DIVINO TESORO
«La juventud, pronta de temperamento, es débil de juicio»
(Homero)
¿Qué pasa cuando se juntan los teen dramas de los 70 con las adolescentes comedias de situación? Pues que nace el cine juvenil para la década del conformismo y las vacas gordas. Las teenpics no eran nada nuevo en la Norteamérica de principios de los años 80. El cambio de edades, de pasar de la infancia a la adolescencia y de ahí a la primera madurez venía explotándose desde los reconocidos beach films. Todo lo que antes era trivial en las tramas, la estancia del hijo en la escuela, el paso a los institutos, el descubrimiento de su sexualidad, ahora es catalogado como materia primordial para dar sentido a tramas que usan estas materias como prontos estereotipos.
Cierto es que los largometrajes playeros de los 50 y 60 aún estaban en pañales, pero al menos mostraban en su mayor esplendor la vida de unos muchachos y muchachas que empezaban a plantearse la vida de otra manera. Por otro lado hay que sopesar lo crucial de unos espacios televisivos nacidos para durar: las family soap operas. Estos pequeños culebrones familiares impartieron nuevas clases para futuros directores, demostrando que todos los personajes de sus tramas merecían la misma importancia, ya tuviesen 40 años como 15; seriales como Days of our Lives (1965), One Life to Live (1968) o All my Children (1970) así lo demuestran. De ahí hasta explotar el mal llamado dramedy, una auténtica comedia en la que los jóvenes pasan sus días como muestra de una realidad bastante plastificada. Se tiende a magnificar la monotonía y se les hace vivir existencias muy por encima de lo creíble, mientras se les sigue enmarcando en colegios mayores, fiestas, hamburgueserías y espacios de recreo.
Directores como John Hughes dieron un nuevo empaque a dichas ideas. El cineasta se olvidó de los convencionalismos típicos y jugó a sus anchas con cada uno de los tópicos ya asignados a la adolescencia. Basándose en sus propias vivencias en muchas de las ocasiones, John alcanza cotas desconocidas y plantea un nuevo cine para jovencitos. Sus propuestas las condimenta con lo último de la música new wave estadounidense, por lo que la instantánea queda como perfecta hija de su tiempo. Muchos productores de televisión tomarían buena nota de las aptitudes de Hughes y demás colegas visionarios.
Mismamente el gran magnate de la producción televisiva, el legendario Aaron Spelling, daría luz verde en los 90 a proyectos como Melrose Place. Pero para hermanamiento más allá de las décadas ahí está Parker Lewis nunca pierde (1990-1993), en la que guionistas como Sheryl J. Anderson o David A. Caplan creaban la mixtura ideal entre los institutos, la narrativa, el surrealismo, la adolescencia y un tipo afortunado llamado Parker Lewis, clonación de aquel Ferris Bueller de Todo en un día. Por otra parte, y debido a que lo joven era la norma, en la década de los 80 se utiliza a infantes actores para protagonizar todo tipo de filmaciones, desde dramones hasta aventuras rozando la ciencia-ficción.