Capítulo III
EL RITMO TE ATRAPARÁ
«Sin música la vida sería un error»
(Friedrich Nietzsche)
El cine musical de los 80 sigue la pista a los años de oro del género, mientras que en su juventud apuesta por diferentes formas de dar vida a caducos planteamientos. No hay que olvidar que en un principio este tipo de cine únicamente interrumpía sus diálogos para incluir tonadas o composiciones musicalizadas a la caza de la sorpresa y la impresión. En esos momentos dejaba de importar la historia, y la canción o el número coreografiado de turno se convertían en lo primordial. Poco a poco esto desaparecería en favor de una mayor preocupación por tramas completas en las que texto hablado de letras cantadas tuviese el mismo fin, siguiese igual camino y ayudase en la comprensión final del grueso narrativo.
En la década de los 70, y tras largos años de grandeza, este cine se apaga. De 1960 a 1969 se habían proyectado en las salas de toda Norteamérica algunas de las películas musicales (West Side Story, My Fair Lady) que pondrían el broche dorado a la época de trigo abundante en ese Egipto que era la meca del cine anglosajón. Bob Fosse salvaría los trastos con ingenios como Cabaret o All that Jazz, pero poco o nada quedaba para el ensimismamiento. Restaban las óperas electrificadas y con marcado aire contracultural, pero todavía eran una minoría. Los 80 sin embargo apostaban por la música y todo tipo de cineastas se la jugaron por representar ese cambio estilístico en rodajes con guiones sobrecogedores. El pop y el rock se toman como punto de partida y sobre ellos se pergeñan las más variopintas historias. El deseo de vender bandas sonoras es un detonante que abre habitaciones selladas hasta entonces a cal y canto. Filmaciones sobre músicos, actores, cantantes, bailarines, gente del show business, todo está permitido si con ello se logra entretener.