HELLRAISER
(Hellraiser, 1987)
Estudio: New World Pictures. Director: Clive Barker. Intérpretes: Andrew Robinson, Clare Higgins, Ashley Lawrence, Sean Chapman, Douglas Bradley, Olfver Smith, Robert Hiñes, Anthony Alien, León Davis, Michael Cassidy, Frank Baker, Kenneth Nelson, Gay Baynes, Niall Buggy. Duración: 86 minutos.
Un tratado psicológico extenso y bien desarrollado se podría escribir en relación al sadomasoquismo una vez visualizado el largometraje Hellraiser. Película de esas que te dejan con cara de estupefacción. En los años mozos, cuando la muchachada requiere de cintas con ciertas dosis de salsa ketchup y generosos arrebatos slashers, se las valora por los sustos por minuto que se pueden llegar a contar. Como de eso hay poco, la anécdota queda centrada en el personaje de Pinhead, que por aquellos días únicamente era reconocido como el líder cenobita. Por ello, si alguna vez alguien se precipitó en englobarla en las imágenes ofrecidas por el mundo grindhouse, querido lector, no dude que esa mente crítica únicamente rascaba la superficie.
No buscamos peripatéticos estudios metafísicos, aunque dejar Hellraiser en unos minutos de terror puro y duro sería hacerle flaco favor a la novela de Clive Barker. Este autor, que editó su historia inicial bajo el título de «The Hellbound Heart», ofreció a la crítica sesuda del Reino Unido un galimatías vestido de negro y manchado granate, buscando un horror y una sangre que no terminarían manando por los caudales esperados. La idea de pergeñar un paraíso-infierno en el que se llegue a cotas insospechadas del placer por medio del dolor es ir más allá de los simples estatutos del taparse los ojos en las butacas. Y es que uno no se encuentra diariamente con escenas como la que le preparan los cuatro cenobitas al travieso Frank Cotton (Sean Chapman). Esos garfios con cadenas clavándose en diversos puntos de la anatomía del citado personaje, qué decir, pareciese un cruce psicópata entre Un hombre llamado caballo y la mascota de los norteamericanos Megadeth.
Por otro lado tropezamos con la relación de Julia Cotton y el propio Frank, que tras probar los suplicios de Pinhead y amiguitos, logra escapar en regreso esquelético al mundo de los seres «normales». Durante los días de relación en los que Chapman intenta que, por medio de sangre humana, la mujer de su hermano vuelva a encontrarle atractivo, se producen algunas instantáneas memorables. Casi hablaríamos de La bella y la bestia o la agridulce existencia del Riff Raff mayestático en The Rocky Horror Picture Show. Cuando la dama Cotton (Clare Higgins) mira desde la entrada de su nueva casona al cuarto superior en el que se encuentra el actor Sean Chapman, quién no recuerda al Richard «un chico para todo» O’Brien en aquella emotiva cancioncilla «Over at the Frankenstein place».
Y por fin, la tentación, el juguete de deseo que abre puertas y te ofrece un pisito en Benidorm por medio de la búsqueda incansable de dolor por el dolor (¿o hemos dicho placer?). La caja conocida como Lament Configuration, inspirada en un rompecabezas oriental que el abuelo de Clive Barker le regaló de niño, podría ser el hermano de tirachinas para un cubo de Rubik sin mayores aditamentos. Si le llegan a contar esto en 1974 al húngaro Ernó Rubik no lo hubiese creído pero, helo aquí, un punto de vista mecánico con forma de juego de infantes transformando el mundo en un maldito infierno de fustas, látigos, látex y palillos bajo las uñas (no es exactamente eso, pero usted nos entiende). Menudo relajo.
Lo más delirante lo guardamos para la despedida. Anécdotas que merecen capítulos para ellas solas, sin necesidad alguna de rivalidades zafias. Y es que ahora resulta que las hordas cenobitas visten capisayos inspirados en La Santa Inquisición patria y en la cultura S&M. Eso por dejar el primer puesto a lo más obvio, ya que para iniciativas cafres la de aquel empleado de New World Pictures que aconsejó para la filmación de Clive el título de Lo que una mujer haría por un buen Polvo. Lo mismo se quedó tan pancho el angelito.