Capítulo I
ROMPEDORES EN TAQUILLA
«El éxito tiene muchos padres; el fracaso, ninguno»
(Adolfo Marsillach)
Nos adentramos en el ansiado reino de los taquillazos, las películas que arrasan en los cines o, como dirían en Estados Unidos, los blockbusters. Sí, ese curioso nombre que dio origen a una imponente cadena de videoclubes que en España se vio obligada a cerrar hace unos años. El origen del término es confuso, aunque se podría decir que la era del blockbuster como tal nació con Tiburón (1975). En ocasiones se habla de títulos anteriores como Sonrisas y lágrimas (1965) y los más aventurados apuntan a Lo que el viento se llevó (1939), films que batieron records de espectadores y recaudación en sus respectivas épocas, pero se puede decir que la táctica comercial del blockbuster (el estreno simultáneo en un gran número de pantallas) surge con una cinta como Billy, el defensor —de 1971, aunque convertida en blockbuster con su reestreno dos años más tarde—. Del mismo modo, La guerra de las galaxias se alzaría con el puesto de filme más exitoso de los años 70. Era sólo el comienzo de los taquillazos, los años 80 harían ver que se había plantado una semilla que germinaría dando lugar a numerosos vástagos en la década que nos ocupa.
El fenómeno de la película transformada en acontecimiento social (a veces de una manera premeditada, otras por sorpresa) en los años 80 presenta las más diversas vertientes y abarca todos los géneros. Desde las peripecias galácticas de El imperio contraataca y la acción casi mutante de Acorralado —dos de las películas más exitosas de la primera mitad de la década— hasta los vergeles aventureros de Indiana Jones y la última cruzada y el oscuro cómic de imagen real de Batman hay un amplio camino que recorrer. Una senda que incluye las películas que le presentamos a continuación. Comedias ingeniosas, dramas históricos, thrillers de ejecutivos agresivos, explosiones de testosterona… todo es válido para conquistar a los espectadores, aunque a veces no sólo basta con que la película tenga verdadera calidad —en ocasiones esto incluso se revela como un factor menor frente al enganche visceral del espectador—, sólo hay que saber tocar la fibra sensible y pulsar los botones correctos. Bienvenido al espectáculo.