PRÓLOGO
Las modas tienden a repetirse. Siempre logran regresar oportunamente para hacerte sentir estúpido por tirar aquellos vaqueros o colocar a tu hermano pequeño cierta chaqueta que te parecía tan hortera. Cada década deja un poso y, como todo ya está inventado en esto de la fashion victim, ya sea de una u otra representación cultural, los «padrinos» que implantan el no va más del año lo tenían claro. Aun así, no debemos ser netamente críticos con una década como la encuadrada en los años 80. No tiraremos de aquello tan manido, e igualmente afirmativo, como cualquier tiempo pasado fue mejor (aunque ahí queda eso). Lo cierto es que esos diez años dotaron a la cultura de unos parámetros que en cierta forma eran desconocidos para ella. Veamos, algo ya se olía… pero ¿tanto y tan a lo bestia? En España aterrizó cuando comenzábamos a digerir muchas de las expresiones a la última en clave de refrito que habían imperado en Estados Unidos y en Inglaterra una década antes. Y es que nuestro reloj de modernidad tenía complejo de islas Canarias en los husos horarios, sólo que con algunos años de retraso. The Buggles editarían por aquellos días un «Video Killed the Radio Star» que lo dejaba todo claro, al igual que el título del álbum en el que se contenía: The Age of Plastic. Toda la razón, pues si existió una época plastificada fue aquella; aunque, menuda ternura que nos ofrece en las retrotracciones actuales.
Todavía siendo una explosión para los sentidos, la franja de historia cinéfila analizada nos continúa llegando como reino de lo naif, pequeño gran páramo de una inconsciencia casi infantil que se chocó con su propia realidad al adentrarse en los desarraigados años 90. «80 películas de los 80. Una lectura ácida» lleva al lector a remontar un río caudaloso en el que se cruzará con hombreras bombásticas, mallas multicolor, calentadores hasta la rodilla, incomprensibles peinados mullet, cubos de Rubik, canales chiclosos de videoclips, comedias desenfrenadas, acción con sudor a manos llenas y hasta lágrimas del corazón. Aunque la auténtica labor de este libro es la de subrayar 80 largometrajes que merecen, ya sea por la anécdota, su calidad o lo freak de su calado, ser vistos con otras miras menos sesudas. La verdad está ahí fuera, pero el paso de los años la transforma. Por ello que sirvan estas letras de campanazo a lo Angel Quesada, «adjunto, sirena y puerta», para mandar a Naranjito al banquillo y sacar al campo a algunas de las más memorables escenas del séptimo arte ochentero. Salimos a la pista de circo sin red, compilando más con el corazón que con la cabeza filmaciones que seguro se han ganado una pasada por la batidora del negativo positivado. De los yuppies de Wall Street a Tom Hanks y su inicial humor con melaza; de un Eddie Murphy supremo a las revisiones en celuloide de un Stephen King maltratado; de unos carros que tenían más de salir por piernas (de carrera en carrera, y tiro porque me toca) que de fuego, al terapéutico Pinhead de Hellraiser; de las palomitas de maíz al universo Arcade y su insustituible despido a lo insert coin.
Será un viaje movidito por filias y fobias, de esos en los que el cinturón deberá estar continuamente abrochado (DGT, no nos den las gracias todavía por la campaña, ya se la cobraremos). Partiendo de recuerdos infantiles al crecimiento de una afición fomentada gracias a largas horas de VHS en los días del imborrable videoclub barrial, al igual que a sesiones inolvidables en los cines de la capital de La Movida. Probablemente no sea la culminación del neoexpresionismo pero ¿acaso nos hemos vuelto a divertir de la misma manera a lo largo de nuestra vida? Si la respuesta está concebida como afirmación, enhorabuena, en las siguientes páginas compartirá tardes de bocadillos con Nocilla agitando la espada de la comunión para acabar con critters y algún que otro alien imaginarios. Si por el contrario no resulta la identificación con la cuestión formulada, no hay que recurrir al llanto. Adentrarse en «80 películas de los 80. Una lectura ácida» le resultará un ejercicio con el que autoanalizarse y descubrir que no vale la pena tomarse todo tan a pecho. El cine es entretenimiento además de arte, así que como dicen en las canchas de la NBA, «we love this game!».