GREMLINS
(Gremlins, 1984)
Estudio: Amblin Entertainment / Warner Bros. Director: Joe Dante. Intérpretes: Zach Gailigan, Phoebe Cates, Hoyt Axton, Francés Lee McCain, Dick Miller, Corey Feidman. Duración: 95 minutos.
«Ideas fantásticas para un mundo fantástico. Hago lógico lo ilógico». Dicho lema, empleado insistentemente por el entrañable inventor Rand Peltzer (Hoyt Axton) en Gremlins, podría ser perfectamente aplicable al trío responsable de esta maravilla del año 1984. Y es que la terna compuesta por Steven Spielberg, Joe Dante y Chris Columbus merece situarse en el panteón de ilustres del cine y el puro entretenimiento ochentero. Ellos consiguieron con su tenacidad y esfuerzo transformar en imágenes y sonidos lo que antaño fueron meras fantasías y hoy son los vividos y agradables recuerdos de toda una generación. Películas como la saga de Indiana Jones, The Howling (Aullidos), Exploradores, Los goonies o Innerspace (El chip prodigioso) fueron posibles por obra y arte de estos tres caballeros.
Poco o nada importa que la trama adolezca de agujeros negrísimos (porque ahora que estamos, ¿qué hora es «después de la medianoche»? ¿Las doce y media? ¿Las tres? ¿Las ocho de la mañana?), porque en cuanto Peltzer se hace con Gizmo en la tienda del chino de manera furtiva y acto seguido comienza a sonar «Christmas (baby please come home)» de Darlene Love en la emisora de Rockin’ Ricky Rialto sabemos que entramos en un mundo alucinante. La película parece dar dos claros mensajes. Uno, que la curiosidad mató al gato; y dos, que las imprudencias se pagan carísimas. Ya lo dice esa suerte de trasunto tuerto del Sr. Miyagi de Karate Kid, queriendo de esta manera denunciar los abusos de la sociedad moderna: «ustedes no están preparados para este tipo de responsabilidades». Muy bien, pero déjeme usted al bicho que ya nos encargaremos nosotros de montar el pitóte en el pueblo. Y vaya que si se organiza.
Parece increíble que del simpático y cariñoso Gizmo puedan surgir esas horrendas y salvajes criaturas capitaneadas por Stripe, el maligno mogwai (que así se llaman realmente los bichos, lo de gremlins es una invención del paranoico Sr. Futterman, puro reflejo de la Guerra Fría) con cresta de mohawk cuyo único objetivo en esta vida parece ser divertirse full time y arruinar las navidades de Kingston Falls. Por cierto, han pasado más de veinte años, pero ni los gráficos de última generación ni las estaciones de trabajo a pleno rendimiento han conseguido borrar el encanto de las geniales criaturas desarrolladas por Chris Walas y su estudio.
Mientras la localidad es destrozada por los engendros surge la figura del antihéroe perfecto, ese Billy Peltzer (Zach Galligan) que parece no haber roto un plato en su vida y que se erige en incierto paladín que recompone el desaguisado a base de ocurrencias de lo más bestia. Katie, ¿dónde está la caldera? ¿Por qué lo preguntas? No, es que se me ha ocurrido que podríamos reventar el cine con los bichos dentro. Nos cargaremos medio pueblo, pero con tal de acabar con los gremlins todo vale. Claro, que de casta le viene al galgo, porque hay que ver la maña que se gasta su señora madre (Francés Lee McCain) en estas lides. Eso por comeros mis galletas.
Gremlins se convirtió en una de las películas más taquilleras de 1984, encumbrando a Joe Dante como especialista en ese tipo de cine para toda la familia por el que es admirado hoy en día. Sin embargo, el filme no carecía de escenas truculentas (entre las que hay que incluir la tétrica narración de la muerte del padre de Katie Beringer), por lo que fue una de las películas tomadas en consideración por la MPAA (Motion Picture Association Of America) para crear la calificación de «para mayores de 13 años», junto con títulos como Indiana Jones y el templo maldito. Su influencia fue tal que años después el mercado sería literalmente invadido por cutres réplicas como Critters o Hobgoblins, verdadera carne de videoclub. Pero Gremlins 2: the New Batch (1990) volvería a poner las cosas en su sitio, mostrándose como una digna continuación del mito. Ahí terminaría la franquicia de los mogwai, si no tenemos en cuenta la hilarante «tercera parte» que constituyó memorable sketch de La Hora Chanante.
No podemos terminar esta nostálgica revisión sin comentar la música que ambientaba este título, auténtica representación de una era. Jerry Goldsmith fue el encargado de componer el score, cuyas piezas principales eran el tema de Gizmo y su contrapartida malévola, esa maravilla de síntesis que acompaña a los créditos finales titulada «The gremlin rag». En el capítulo de las canciones, merece la pena destacar la alocada «Gremlins… Mega-madness» de Michael Sembello, personaje en las nubes desde el gran éxito de su famoso «Maniac» en 1983 gracias a la película Flashdance. El momento en que aparecía el tema no podía ser menos acertado. Los gremlins malvados se han adueñado del bar en el que trabaja la adorable Phoebe Cates (Katie en la película), a la que obligan a servir mil y una bebidas alcohólicas de todo tipo al tiempo que se dedican a cosas tan propias de un bicho como fumar o echarse una partidita a la brisca. Un absurdo si lo pensamos detenidamente, pero bendita locura.