D.A.R.Y.L.
(D.A.R.Y.L., 1985)
Estudio: Paramount Pictures / World Film Services. Director: Simón Wincer. Intérpretes: Barret Oliver, Michael McKean, Mary Beth Hurt, Kathryn Walker, Collee Camp, Josef Sommer, Danny Corkill, Amy Linker. Duración: 100 minutos.
En el año 2001 se estrenaba tras casi una década de preparación A.I. (Inteligencia artificial). El proyecto había sido iniciado y desarrollado por Stanley Kubrick, pero la muerte en 1999 del director de películas como La naranja mecánica o 2001: una odisea del espacio provocaría que fuera finalizado por Steven Spielberg, quien había discutido ampliamente diversos aspectos del filme con el propio Kubrick durante todos aquellos años. Aquella película planteaba reflexiones sobre la inteligencia artificial y los robots que en algún momento la raza humana tendrá que tomar en consideración. Porque cuando un robot sienta y padezca como un humano, ¿acaso no deberá ser considerado un ser humano a todos los efectos? ¿O quizá el mero hecho de que sea un organismo sintético le hará ser tratado como un ciudadano de segunda clase? Dichas cuestiones ya fueron puestas sobre la mesa, aunque de una manera menos exhaustiva y espectacular que en A.I., en el film que nos ocupa.
D.A.R.Y.L. (acrónimo cuyo significado viene a ser «joven forma de vida robótica para el análisis de datos») representó el segundo proyecto cinematográfico de relevancia del entonces infante Barret Oliver, aquel niño que interpretaba a Bastían en La historia interminable. Oliver, cual Haley Joel Osment de los 80, se metía en la piel de D.A.R.Y.L., un robot que termina siendo más humano que los propios humanos y que se gana el cariño de su familia adoptiva. Pero claro, todo esto no les interesa a los militares, cuyo principal objetivo es llegar a construir autómatas sin emociones que sean capaces de combatir para el tío Sam sin despeinarse y seguir manteniendo en su semblante una cara de poker a lo Sylvester Stallone. Por lo tanto, la orden surge diáfana, y el camino a seguir pasa por terminar con el proyecto de manera radical destruyendo al bueno de D.A.R.Y.L., objetivo que tratarán de impedir por todos los medios tanto el chaval cibernético como sus amigos del género Homo sapiens.
En su empeño y huida el androide acabará hasta pilotando un ultramoderno caza desde el que consigue comunicar con el walkie talkie de su amigo «Tortuga», que anda esperándole en su habitación. De acuerdo, un pelín exagerada la cosa, pero quién se atreve a chistar después de haber presenciado fantasmadas mucho mayores en películas como Mission: impossible o la más reciente La jungla 4.0. Por no hablar de la escena en que D.A.R.Y.L. consigue ingresar en la cuenta de su padre adoptivo cientos de millones de dólares simplemente tecleando en un cajero electrónico. Sin duda, el sueño húmedo de cualquier mileurista en nuestra querida España. Fantasmadas aparte, D.A.R.Y.L. cumple sus objetivos como melodrama familiar con cierto trasfondo de ciencia-ficción y algún que otro momento «lagrimita», y llega a la meta de manera holgada. La profundidad interpretativa de sus actores tampoco es que fuera un dechado de virtudes y el resultado lucía un tanto descafeinado, pero la cinta tampoco pretendía mucho más que entretener y encender la mecha de algunas someras reflexiones en el espectador.
En cuanto al equipo participante en el film, habría que destacar que la carrera de Barret Oliver en el mundo de la actuación no pasaría del año 1989. Actualmente, Oliver vive centrado en el campo de la fotografía en las vertientes docente, artística y literaria. Por el camino quedarían apariciones en otras películas míticas de los 80 como Cocoon (1985) o Cocoon: el regreso (1988). Por otra parte, el director de origen australiano Simón Wincer se debatiría entre el mundo de la televisión y el de la pantalla grande, con títulos como Liberad a Willy (1993), Relámpago Jack (1994), The Phantom: el hombre enmascarado (1996) o Cocodrilo Dundee en Los Angeles (2001), donde repetía con el actor Paul Hogan. Todo muy familar, como puede usted comprobar.