PANORAMA PARA MATAR
(A View to a Kill, 1985)
Estudio: MGM / UA. Director: John Glen. Intérpretes: Roger Moore, Christopher Walken, Tanya Roberts, Grace Jones, Dolph Lundgren, Patrick Macnee. Duración: 120 minutos.
Microchips y espías, personajes maquiavélicos y conexiones con la KGB (ay, esa Guerra Fría), el MI6 y bombas atómicas en la falla de San Andrés; de la Torre Eiffel parisina al Golden Gate Bridge de Frisco, a todo se le puede sacar partido en los años ochenta si tu nombre es Bond, James Bond. Roger Moore, el Santo que se rindió al servicio de su majestad, retomaba un papel al que siempre dotó de un encanto canalla del que carecía Sean Connery (el más auténtico 007 que pusiese vez alguna un pie en los Pinewood Studios). Aquí el intrépido Moore se vería cara a cara con la horma de su zapato, la tigresa de ébano Grace Jones, asesina despiadada que asustaba al respetable casi más que cuando planteaba meterse en un estudio de grabación (sálvese quien pueda).
Aunque el capo máximo, el que realmente tenía el poder para dibujar tan «nimia» misión como la de destruir hasta los cimientos Silicon Valley, era Max Zorin. Este desquiciado industrial del campo de los microchips recaía sobre los hombros y el potenciado tupé de Christopher Walken. Actor camaleónico que lo mismo te hace de padre bonachón, sufridor en casa con más premoniciones que las de Nostradamus o sacamantecas de matrícula, Walken traía por la calle de la amargura a un Bond que no conseguía tanto tiempo como el deseado para correr farras de desmayo con hembras de relumbrón. Sin embargo, el hombre de los martinis podría descubrir a lo largo de las escenas a futuros mazas del cine en favor de los anabolizantes (Dolph Lundgren), al igual que comparar indumentaria con el Avenger John Steed, más conocido como el figurín de la actuación británica Daniel Patrick Macnee. No podremos agradecer lo bastante a Oasis el bonito gesto de recuperarle años después para uno de sus clips musicales.
Lo gracioso del tema es que siendo Christopher ya una celebridad en el campo de los actores efectivos a la par que efectistas, Albert R. Broccoli (sin chiste fácil, que le vemos), productor del largometraje, ofreció primero una posible oportunidad a David Bowie, pasando posteriormente al también cantante Sting, y dejando para tercer plato a un Walken que mejoró cualquier expectativa creada. Además, cuántas veces se puede contar con un ganador de los premios Oscar (El cazador, 1979) para que haga de malvado en un filme de James Bond. Primera y única. Por otra parte, no se puede uno dejar en el ropero el hecho de que el actor nombrado había actuado en el 83 como protagonista de The Dead Zone, posiblemente una de las películas que mejor trasladan a la gran pantalla el mundo terrorífico de Stephen King. Johnny Smith había vuelto, amigo.
Con su intervención en A View to a Kill Moore diría adiós al inglesito agente Bond, siendo este largo su despedida de las noches de pajarita y encuentros orgiásticas por el bien de la madre patria. Roger se apartaría durante diez años de las grandes salas para únicamente en el 87 poner su voz en The Magic Snowman. Sólo en 1990 tendría narices, que no vergüenza, de aparecer en esa cochambre de deportes extremos al aire libre titulada Fire, Ice and Dynamite (Fuego, nieve y dinamita). El resto de su carrera la ha dedicado a centrarse en su labor de embajador de UNICEF, mientras que se pasea en contadas ocasiones por filmaciones en clave de cameo o con papeles de poco calado. En fin, por lo menos su despedida contó con la primera cabecera musical que llegó al primer puesto de las listas de éxitos.
La canción «A view to a kill» de los new romantics Duran Duran se lo llevó todo de calle, gracias en parte a su gancho de new wave al igual que al impresionante clip rodado por Godley And Creme. No ocultaremos que John Barry les puso las cosas fáciles ayudándoles a la hora de poner a punto la canción, pero la fama de grupo en la onda que ya tenían los de Simón Le Bon (gracia incluida con las similitud de apellidos entre el espía y el vocal, que sería explotada en cierto momento del vídeo promocional) les dejó un sencillo camino en el que aposentar su definitivo dulce. Aun así, la radio no era la crítica cinematográfica especializada, y los palos llovieron a las primeras de cambio. Si a esto le sumamos posteriores declaraciones de Roger asegurando que las películas de 007 no se basaban en la violencia y que ya no creía en las barbaridades que se presentaban en ellas (está claro que no había visto Holocausto caníbal de Ruggero Deodato), el asunto terminó por ensuciar un resultado de lo más entretenido, por lo menos en lo visual.