Capítulo XI
CULTO AL INCOMPRENDIDO
«La vida no se puede controlar; sólo el arte y la masturbación»
(Woody Allen)
Que en Estados Unidos hay una larga tradición de cine independiente, eso es algo incuestionable. Ahora bien, con el paso de los años y con la ascensión a cumbres reconocibles o para la gran masa de ciertos popes de la citada escena fílmica, esa independencia ha ido tomando un nuevo semblante. De esta forma esa separación de lo establecido ha acortado distancias en muchas ocasiones con el cambio de décadas. Muchos cineastas que se atrevieron con la renovación narrativa posteriormente fueron apoyados por el público menos forajido, menos dado a la ruptura, al mismo tiempo que algunos de los directores se fueron aburguesando en sus olimpos. Apellidos tan reconocibles como Coppola o Scorsese salieron a flote y se mantuvieron como referentes, posiblemente por no faltar a sus principios primeros. A otros, como el contracultural Dennis Hopper, les salvó un lavado de cara en su carrera de actor, ya que como cabeza pensante tras la cámara el mundo de los estupefacientes en exceso acabó con el sueño de hazañas mayores.
El New American Cinema también podría entenderse como una imagen de fractura, esa vanguardia del subsuelo para artistas desheredados o magnificentes hijos de la cultura sesuda y erudita dados a lo rarito y trascendente. De igual forma, aunque desde un polo casi opuesto, el cine trash de John Waters y compañía marcó con fuego los 70. En los siguientes 10 años, sin embargo, serían nombres como Slava Tsukerman, Spike Lee, David Lynch o Jim Jarmusch los que estarían llamados a reinar en esa libertad estructural que en ocasiones se le calificaría de culto. Y es que tanto carácter independiente suele ir ligado a cierto amor de minorías, posiblemente el núcleo de donde sale la base de este capítulo. En el cine, al igual que pasa con el campo de la música, las obras de culto se amoldan a una explicación algo variante pero de sencillo entendimiento. Pero no se engañe, y ante todo evite engancharse con maniqueísmos con intelectualidad de postín, ya que no todo el cine independiente ha de ser catalogado como «de culto». Una pegatina no tiene que casar con la otra, por lo que una bravuconada para el mainstream desde respetada productora también podría meterse en dicho saco del recuerdo exaltado sin haber pasado por el festival de Sundance.
Las vías pueden llevarnos a una comprensión múltiple, a unas afirmaciones que en ocasiones chocan. Por un lado están los estrenos fracasados que, con el cambio de vertientes y modas, son ensalzados por futuras generaciones como pendones de su culminación cultural. Largometrajes perdidos por su propia taquilla que son reclamados en un mañana cercano como instantánea generacional o simple escultura artística. Igualmente se puede encontrar con directores como el anteriormente nombrado Spike Lee, almas libres que han regenerado una corriente y cuyos pasos de bebé iniciáticos serán piezas de estudio en la actualidad. El caso de Lee es sinceramente subrayable, ante todo por su forma de reinventar la Blaxploitation. Su ojo barrial, sencillo, de una calle vivida, le separa de los héroes macarras a lo Shaft y lo pone en una consonancia con la política de denuncia, con la crónica de un Tom Wolte árido. Haz lo que debas es, a día de hoy, y con un Spike Lee con larga lista de estrenos a sus espaldas, su película clave, filmación que en los años 80 marcó un antes y un después.