El método deductivo

Doña Lucía y doña Matildita estaban sentadas en su mirador. Sobre el regazo de doña Lucía reposaban unos espléndidos prismáticos de campaña, que de vez en cuando se llevaba a los ojos para explorar ora la lontananza de la calle, ora los miradores y balcones vecinos en los que la imprevisión o la imprudencia tuvieran los visillos recogidos o las persianas sin bajar.

—En casa de los Carrión las criadas no se molestan ni en pasar el plumero —dijo doña Lucía—. Especialmente la jovencita que tiene ese novio que parece un rifeño.

—Si es que no las pagan y les dan de comer auténticas ranchadas.

—Por ahí viene el párroco de las Oblatas —dijo doña Lucía cambiando de objetivo—. Está que revienta.

—Creerá que la gula no es pecado.

Llamaron a la casa en el timbre del portal.

—El cartero —dijo doña Matildita.

—Se me escapa siempre. Como salta de trinchera en trinchera no hay quien le cace.

Se oyó refunfuñar a Angustias. Las dos hermanas guardaron silencio. Doña Matildita era menos calmosa que su hermana y salió al pasillo para recibir la correspondencia. Doña Lucía se entretuvo con los prismáticos y localizó a una señora en baby doll en el fondo de su dormitorio.

—Lascivia repugnante —dijo para sí—. Y tiene cinco hijos...

—Un anónimo, un anónimo —gritó alegremente doña Matildita en el pasillo—. Lucía, un anónimo...

Doña Lucía se puso en pie y su figura de maríscala, con los prismáticos en la mano, tenía algo de la atenta husma del podenco en el rastro.

—¿Un anónimo?

—Sí, un anónimo. Hace por lo menos tres años que no recibimos uno.

—Tres años y cuatro meses —corrigió doña Lucía—. Desde el asunto del «gato somnoliento».

—Efectivamente, desde el asunto de las drogas.

—Trae acá.

—Es una verdadera hermosura.

Doña Lucía leyó atentamente las dos líneas que componían el anónimo: «Cayetano es novio de Isabelita. Se les ha visto besarse en público. Una amiga.»

Doña Lucía estudió el documento morosamente.

—Sencillo —dijo—. Usando del método deductivo, esta simpleza no ha podido ser enviada por una mujer: A) porque una mujer no firma «Una amiga». B) Porque una mujer considera perfectamente normal un noviazgo y cree que los hombres han nacido para casados. C) Porque a una mujer se le ocurriría de inmediato añadir que Isabelita había tenido lío previo con cualquier quídam. D) Porque los recortes de las letras del periódico están hechos torpemente y una mujer si sabe manejar algo es la tijera. E) Porque hay huellas digitales en goma por todo el resto del papel, lo cual supone la guarrería común a los hombres; luego está claro que no ha sido una mujer. Es decir, puede que haya sido un hombre o un grupo de hombres. Tráete la lista de nuestros enemigos, Matildita, y examinaremos las posibilidades de cada uno. Y olvidémonos del triste motivo que ha dado ocasión al anónimo.

—Yo diría que casi se lo tendríamos que agradecer a Tanito. Me encontraba como un poco olvidada. Como si me hubieran jubilado.

Durante el resto de la mañana doña Lucía y doña Matildita estudiaron su lista negra. A la hora de comer tenían tres nombres en cartera. A los postres doña Lucía, empleando el método deductivo, había eliminado a uno de ellos. Después del café doña Lucía consideró que cualquiera de los dos restantes podía ser el autor del anónimo y decidió vengarse de ambos.

—Corresponderemos en la misma moneda. Ojo por ojo, diente por diente.

—Y al que Dios se la da San Pedro se la bendiga. ¿Sobre qué tema?

—Cuernos —dijo Doña Lucía—. Son tan idiotas que es lo que más les duele. Nosotras no contestaremos con letras de periódicos, ni escribiremos como se usa con la mano izquierda. Nosotras emplearemos la caligrafía rústica de Angustias. Llama a Angustias.

Angustias se sentía incómoda sentada al buró.

—A mí esto no me gusta —dijo—. No me gusta hacer estos papeles.

—Bobadas —dijo doña Lucía—. Escribe en el sobre: Don Helenio, con hache, García. Calle Poeta Arolas, veinticuatro, tercero. Plaza. Muy bien. Ahora el otro sobre: Don Francisco Monleón. Calle Hernán Cortés, treinta y cuatro, primero izquierda. Plaza. Muy bien. Coge el papel rayado y ponlo debajo. No tuerzas los renglones. Guíate por la transparencia. Texto: «Su señora ha sido vista a la salida de un chalet de la Ciudad Jardín acompañada de don Francisco Monleón. Lo siento por usted. Estas cosas... —dudó— le pueden ocurrir a cualquiera. Solamente quiero advertírselo. Una amiga.» Punto. Muy bien. Ahora el otro. Lo mismo, pero donde dice don Francisco Monleón pon don Helenio García.

—Eres un genio —dijo doña Matildita.

Doña Lucía sonrió modestamente. Angustias sacaba la lengua esmerándose en el último anónimo.

—Para que aprendan —dijo doña Lucía.

En la tertulia del jefe de Cayetano se comentaba la potajada a la que habían sido invitados todos por el mecenas Hernández. Cuando Cayetano se levantó para seguir a don Marcelino Ayalde, que parecía muy decaído, don Luis Arrilucea comentó:

—Lo de anteayer, ¿habrá hecho impacto?

—De ole —aseguró Perico Valle—. Ronchas, ampollas y lo que ustedes quieran. A Cayetano lo escalpelan.

Cuentos 1949-1969
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