II

Doña Leonor García de Del Cerro, como ella se firmaba, acababa de enviar a la sirvienta por vino. Doña Leonor —Leonorcita para su marido, don Matías Cerro; Leo para sus íntimos, la Leo para un antiguo conocimiento— estaba todavía en lo mejor de su edad, rayando con los cincuenta y la menopausia, engordando a minutos, a pesar de los disimulos de un corsé casi de factura medieval y de un duro, exhaustivo, régimen alimenticio. Doña Leonor García de Del Cerro, traza de elefanta, era de Valladolid, aunque toda su vida había transcurrido en Madrid: primero en barrios bajos, luego en barrios altos y por último en barrios intermedios. De su matrimonio con don Matías, viudo con un hijo, había tenido dos vástagos: Leonorcita, que acababa de cumplir veintiún años, y Pedrolas, que como llegó con retraso, tenía diecisiete de edad física y poco más de nueve de edad mental. Don Matías se dedicaba, después de su excedencia en el Ministerio de Marina, a negocios de pescado. Don Matías, según el tabernero de abajo de su casa, no estaba ya para muchas: había sufrido mucho con la guerra. Y como el tabernero era hombre dado a hacer chistes sin gracia, dejaba unos puntos suspensivos tras de la guerra, que cubría inmediatamente el nombre de doña Leonor.

Doña Leonor, cuando subió la sirvienta con el vino, estaba en la cocina, despeinada y en albornoz, como un Pedro Botero del fogón. La sirvienta fue recibida con ironías.

—No sabía yo, Anuncia, que hubieras tenido que andar tanto para encontrar un sitio donde quisieran despacharte vino.

Anuncia se puso colorada y frunció el ceño.

—Claro es que a una se le va el tiempo en otras cosas, ¿verdad?

Anuncia no contestaba. La voz de doña Leonor fue subiendo de tono, haciéndose fragorosa como una tormenta que se acercara con gran aparato de truenos y relámpagos.

—Como no pensáis más que en los hombres... ¡Idiotas!

Se introducía a codazos en la vida privada de la sirvienta.

—Tú, ¡que te has creído que ese sinvergüenza del tabernero te va a hacer señora! Vas lista, alma candida; ya puedes prepararte. Y sábetelo, que si algo ocurre, piensa en la Inclusa; que lo que hace cada una, con su pan se lo coma.

La tormenta pasó. Doña Leonor comenzó a enternecerse. La sirvienta intentaba, hipando levemente, borrar con el borde del mandil lágrimas de los ojos, lágrimas teatrales, grandes como nueces. Pensaba Anuncia: «Otra tenía que venir, y ya veríamos.» Doña Leonor dio a su conversación un tono afectuoso, amable, comercial al mismo tiempo.

Sonó repentinamente el timbre de la casa. Doña Leonor se ensimismó en sus pucheros.

—Vete a abrir, Anuncia, que seguramente es la señorita Leonor.

La sirvienta dejó entreabierta la puerta de la cocina y desapareció por el pasillo. A doña Leonor le llegó el ruido de la puerta al cerrarse y una conversación sostenida por Anuncia y una voz masculina.

Doña Leonor gritó:

—Dile que pase.

A los pocos momentos, José María, el hijastro, la saludaba.

—¿Cómo está usted?

—Yo, bien —le dijo desafiante—. ¿Y tú?

—No tan bien. ¿Mi padre viene a comer?

—Naturalmente; ni que fuéramos los Rochild. ¿O te crees que aquí entra el dinero a espuertas?

Doña Leonor, en su fuero interno, sospechaba que José María venía con la interesante intención de pedir un préstamo sin devolución.

—Yo no creo nada. He venido a ver si estaba mi padre, porque tengo que hablar con él de negocios.

—Cálmate, hombre; no creo que tarde.

Inmediatamente se corrigió.

—Aunque hoy es mal día, y lo mismo puede venir a la una y media, que a las dos, que a las tres.

Pasó el tiempo. El timbre de la puerta sonó una sola y corta vez.

—No vayas, Anuncia —gritó doña Leonor—, que abro yo.

Doña Leonor, por el pasillo, se fue palmeando el pelo. Dejó el mandil sobre una silla al pasar por la puerta de una habitación. Abrió.

—¡Ah! Eres tú, Leonorcita. ¿Qué tal ha ido la cosa?

—Pschss...

—Pero, chica, ¿no le has planteado el asunto?

—No.

Doña Leonor se enfureció.

—Tú eres medio idiota. ¿No te dije que era cuestión de vida o muerte?

Doña Leonor cambió el gesto.

—Mira, monina. Lo que te digo es que en estas cosas hay que darse prisa; si no, puede estropearse.

Leonorcita, la hija, fue pasillo adelante. La madre gritó:

—En el despacho, niña, está tu hermano José María.

Cuentos 1949-1969
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml