El anónimo
Don Luis Arrilucea tomó un sorbito de su taza de manzanilla. Estaba repantigado en su sillón y se notaba flatulento. Don Luis tenía el estómago chafado y el carácter desleído en vinagre.
—La mami y la tiíta de este memo necesitan un serio correcto —propuso a los tertulianos—. Ya que no se las puede llevar a la cárcel es necesario fastidiarlas lo más posible.
Cayetano acababa de abandonar la tertulia de su jefe, don Luis, para salir a los alcances de Ayalde. Perico Valle, comisario jefe de la policía de la ciudad, usaba su dejo andaluz para las grandes ocasiones:
—Olé —dijo—, ole esa sangre y esa bilis. Hay que hacerles la puñeta porque si se enteran en Gobernación que tienen un fichero mejor que el mío me trasladan a la plantilla de Valdecominos. ¿Qué se propone?
Don Armando Sánchez, el joyero, y don Asensio Nieto, el rentista y presidente de la Adoración Nocturna, preocuparon de consuno el gesto.
—No se vaya a hacer una barbaridad —dijo don Armando.
—No nos metamos en un berenjenal —dijo don Asensio.
—Nada de barbaridades ni de berenjenales —explicó don Luis—, simplemente un bromazo. A mí, el sobrinito me tiene frito, y a la tía y a la mami las tengo atravesadas desde el asunto de las oposiciones a la Guardia de la Diputación, de cuyo tribunal era yo presidente.
—Olé y olé. Algo hay que hacer —afirmó Perico Valle—, que nos aburrimos lo nuestro. Yo de joven he sido un ciclón del Caribe para esto de las bromas.
Don Luis reclamó silencio.
—Confidencialmente he de decirles que yo ya he comenzado mi campaña.
—No quisiera verme mezclado en esto —dijo timorato don Asensio.
—Un momento, caballeros —exclamó Perico Valle—. Esto que comienza es otra cosa. Siga, siga, don Luis.
—El caso es que estas brujas —prosiguió don Luis— se dedican a meter la nariz en todos los asuntos de la gente conocida de la ciudad. Por ejemplo, usted, don Armando, fue acusado hace dos años, más o menos, de usura.
—Yo nunca he delinquido —protestó don Armando.
—Yo no hablo de delitos —continuó don Luis—. Yo hablo de que fue acusado, de que fue acusado en general, y usted sabe tan bien como yo que la acusación nació en la calle de la Libertad, ¿no es así? O por lo menos fue en aquella ocasión lo que usted dijo. Y en cuanto a usted, don Asensio, debe recordar que aquel chiste, no fundamentado, claro está, en que las ciudades de Sodoma y Gomorra...
—Quite usted, no me lo recuerde que todavía me desazona y desvela.
—Bien, señores —dijo don Luis—. Pues usted por sport, Pe rico, y ustedes por revancha, deben ayudarme. Como antes les decía yo, ya he comenzado mi campaña. Por lo pronto sé que el idiota dé Cayetano está enamorado hasta las cachas de la hija mayor del bastardo Pérez, el zapatero, y que el bastardo no vería con malos ojos el trueque —colocar al estafermo solterón y adquirir un yerno microcéfalo y cotí dinero. He pensado en anunciar algo así como una pedida de mano en los periódicos, pero con la dichosa polémica no están para estas cosas Por lo pronto tengo unos pilletes que pintan corazones en el portal de las brujas con leyendas alusivas: «Tanito quiere a Isabelita Pérez», y cosas así. Pero lo que se escribe a las seis, a las seis y cinco es borrado por Cayetano. Total, el velo de Penélope. Entonces he recapacitado y...
—Un anónimo —gritó Perico Valle—. Un anónimo, no hay otro remedio...
—Exactamente —dijo don Luis—. Enterado como estoy por las confidencias de Cayetano... considero que un anónimo.... amén de que ellas no salen de casa..., quiero decir excepto el sábado a las doce de la noche y sin pasar por el portal.... como no hay posibilidades de pintar en el interior de la chimenea... Ustedes me entienden: el disgusto de sus vidas.... heridas en lo vivo.... ¿me comprenden?
—Mano a la obra —gritó el jefe de policía.
Los cuatro caballeros, llenos de entusiasmo, subieron a la biblioteca del casino. El viejo encargado les proveyó de recado de escribir. Perico Valle ensayó a escribir con la mano izquierda.
—No lo van a entender —dijo don Armando, frotándose nerviosamente las manos—. Será mejor recortar las letras de un periódico viejo, como en las películas, e irlas pegando en la hoja hasta formar las frases. Además habrá que recortar el membrete para que no sepan de dónde procede. Pueden dedicarse a investigar y entonces...
—Bueno —dijo don Luis—. Todo eso es absolutamente conveniente hacerlo y no tengo nada contra el procedimiento, pero lo primero que hay que saber es lo que vamos a decir.
—Esto me retrotrae a mi juventud —dijo don Asensio, entonces sí que era bueno...
Perico Valle volvió la cabeza hacia don Asensio y en su mirada había celo policial, y de sus palabras había desaparecido ti dejo andaluz.
—¿Es que ha escrito usted muchos anónimos? —pregunto duramente.
Don Asensio se encogió temeroso:
—Alguna vez, claro, chiquilladas, usted lo entiende —sonrió, y luego se encogió como una vulpeja—. Cosas de los pocos años.
En el fondo de la biblioteca el jubilado don Leandro, sordo de solemnidad, alzaba la oreja tras de un periódico con la vana pretensión de enterarse de aquel extraño asunto en el que andaban mezcladas parte de las fuerzas vivas de la ciudad.