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LO INÚTIL
Me haces falta en la vida
porque no eres el pan
nuestro de cada día.
Porque no se te triza con los dientes
y así se lleva al cuerpo nueva fuerza
con que pedir mañana lo que ayer:
lo mismo, otra vez pan, hasta la muerte.
Me haces falta
porque tú no te empiezas en las uvas
y acabas en delirio o en mentira.
Porque no eres el vino
en que unos hombres desenamorados
encuentran las palabras
de amor, las que les dicen
a un espectro de amiga descolada
en trescientos salones, de once a doce.
Embriaguez que tú inspiras es hermana
de balanza en el fiel o mediodía.
Me haces falta
porque no eres la luz amanecida
a la hora que la anuncian los diarios,
la luz que hiere al despertar los ojos
siempre en la misma cicatriz, ayer.
Tan de pronto te alumbras, imprevista,
que hay que esperarte, sin saber por cuál
oscuridad vendrás, dolor o noche.
Me haces falta
porque no se distingue tu materia.
No eres del raso o de los terciopelos
que el gran dolor consuelan del desnudo.
No del metal que ciñe en cerco de aire
para que no se escapen
las promesas del día de las bodas.
Ni eres, casi tampoco, de tu carne.
El inocente tacto
—ilusión antiquísima y con guantes
de que el mundo es tangible y se le toca—,
en el marfil atina con el canto,
en el metal con las precisas letras,
con el amor en la trémula mano.
Pero a ti no te acierta, y de buscarte
vacío todo vuelve, y derrotado.
Me haces falta
porque no eres un techo, ni los muebles,
ni lecho blando ni candada puerta.
Me amparas sin confines ni tejado.
En templanza infinita me cobijas
como en marzo, al final, el aire, al pájaro.
Me haces falta
porque a ti nunca te cortejan jueces
en busca de verdades, ni el filósofo.
Nunca tienes razón, y así, no matas.
Ni hay angustiado al que le des la prueba
de que existe en el mundo
algo más que un afán de que algo exista.
Innecesaria pura, puro exceso,
tú, la invisible sobra de las cuentas
que el mundo se va echando,
contable triste, siglo a siglo historia.
sin ti todos se pasan.
Menos yo. Yo que sé
que tú, la demasía, tú la sobra,
en estos cortos cálculos del suelo,
eres, en una altísima
celeste matemática
que los astros aprenden por las noches
y nunca el hombre, exacta-
mente lo que me falta.
Y todo está entendido:
el sino de la vida es lo incompleto.