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Estoy sentado al sol en la puerta de casa,
sin otra compañía que la sombra
de mí mismo tendida por el suelo.
La criatura extraña
que entre el sol de septiembre y yo creamos
sabe cosas de mí que yo no sé.
Me define de modos muy distintos,
es más ágil que yo y en tanto lucho
por dar con el secreto del movimiento justo
para mi verbo, ella se expresa bien, se alarga,
se hace tenue y vaga, como la noche exige,
o se precisa como verso de mármol,
si así lo quiere el sol.
Yo me veo bien claror
lo de fuera de mí, sol o luna, y aquello
que yo soy, haz y envés,
la sombra lo junta y expresa.
¿Pero de qué me sirve?
Si la miro en demanda ansiosa de conciencia,
es burlona, enflaquece risiblemente o hace
de todo yo una bola grotesca.
Y por eso la mato cada día
entrándome en la casa, toda sombra sin sombras,
asesino pueril y Caín de burla.