38
LO OLVIDADO
Estuvo aquí. Sí. Latidos,
corazón tierno de pájaro.
Yo le sentía. ¡Qué lucha
de caricia, roce, pluma!
¡Qué terca lucha suave,
ala impaciente en la mano!
¡Cómo gritaban los cielos
porque fuera y porque no!
(Había en medio una ronda
de acechadores neblíes.)
Ahora ya sin nada.
En la palma abierta al eco,
—tibieza— de aquel calor,
de su contacto, brevísimo.
¿Llegaría allí, a lo alto?