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VER LO QUE VEO
Quisiera más que nada, más que sueño,
ver lo que veo.
No buscar hondos signos por celestes
mundos supremos.
Estrellas, a mi alcance, estos guijarros,
duros luceros.
Copia con ellos mano caprichosa
altos modelos;
fulgen, de cuarzo, las constelaciones
Cisne, Perseo.
Aquí las tengo.
Por tornasoles nunca iré al crepúsculo,
tan pasajeros.
Horizontes conozco comprimidos,
edenes ciertos.
Crepúsculos inmóviles, constantes,
sol sin descenso,
arreboles portátiles: los llevan
las conchas dentro.
Aquí los tengo.
Que entre brumas persigan las galeras
intactos reinos,
para dar a la tierra nueva tierra,
más viento al viento.
En la playa me estoy, al horizonte,
por vago, ajeno;
mis ojos dejo que en la arena abreven
todo su anhelo.
En estos granos, que por chicos vuelan
sólo a mi aliento,
hundo la mano, y en mi palma nace
áureo imperio.
De tierras de vergel, madres de rosas,
de altos roquedos,
de campos de trigal, de parameras,
la arena, restos.
Aquí descubro yo mis continentes,
mis archipiélagos.
Glorias del Almirante, Indias levísimas,
aquí las tengo:
(Apenas; que las cojo y ya se huyen
entre los dedos.)
El futuro, distancia. No te pierda
lo venidero.
A ti te acerca tu presente. Ser
es estar siendo.
Prisa, apetito de las lejanías,
torpe atropello
de las largas dulzuras del minuto;
da tiempo al tiempo.
A la orilla del río y de su calma,
quieto, contemplo.
Por la visión de lo que está delante,
dejo el proyecto.
¿A qué darle palabras al poema,
si lo estoy viendo?
Los dos amantes, dulce río abajo,
sueltan los remos;
que los lleven las ondas sosegados,
amor es lento.
El caudal de su dicha y el del agua
fluyen parejos.
Lo que ellos hablan y la espuma dice
suena de acuerdo.
Alguien que no está en ellos, y sí en ellos,
sabe su término.
Mirándose en los ojos más cercanos
se ven el puerto.
¿Es lo que veo el río, o es el río?
¿Soy yo los dos amantes, o son ellos?
Sí. Ver lo que se ve. Ya está el poema,
aquí, completo.