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LA ESTATUA
¡Cómo vienes, cómo vas
desde la piedra a la carne!
¿Cuál de las dos, tu verdad?
¿Sigues siendo la materia
de la que quiso sacarte
vago sueño
que iba buscándose tierra?
¿Eres la piedra que fuiste,
eres algo nuevo?
Si carne es eso que finge
tu bulto perfecto,
¿por qué a ningún labio das
congoja de beso?
Si sólo mármol exánime,
primor de cantero,
¿de dónde ese ardor traslúcido
que vela en tu cuerpo?
De tu blancura indistinta
firme diseño
las vaguedades expulsa:
triunfa lo cierto.
Pero tu blancor, ¡qué rápido
se vuelve nube, a los ojos,
lunar misterio!
En esa frente tan tersa
no escribe el tiempo
—arrugas, caligrafía—
su testamento.
Entonces, ¿por qué tras de ella
inquietudes se vislumbran
de álamo tiemblo?
Mármol es respeto.
De virginidad te ciñe,
te alza a lo neutro.
¿Quién va a saber lo que eres?
Si tu peso te hace estar
entre los siglos inmóvil,
niebla te cerca de sueño,
y allí te quitas tus formas,
y vas y vienes, ingrávida
blancura en suspenso.
Ahora, esclava dulce, aceptas
el contorno que te apresa,
es tu cautiverio;
pero luego,
sin salir de él, y saliendo,
ubicua, los aires vuelas
de un gran mundo incierto.
A ti me llama tu forma,
pecado gemelo,
y cuando creo en tu carne,
me fantaseo
pareja tuya, a la sombra
de árbol edénico.
Pero tu mármol se alza,
ángel severo, y me pone
su frío en el pecho.
Él nos aparta; me quedo.
Tú asciendes
por lo que tienes de pétreo,
blancas escalas marmóreas,
a tu salvo ser de diosa,
en los más lejanos lejos.
Te vas a lo eterno.