37
NIVEL PREFERIDO
¡Cómo se secaba el mundo
desde arriba, en panorama!
Mirador a mil cien metros,
doble asterisco en el Baedeker,
funicular y turismo.
Abierta de par en par
la vida por unas páginas
enormes, verdes, azules,
servicial, lisa, esquemática,
atlas
para mirarla tan sólo
entre los duros cristales
—vitrina— de las distancias.
Naufragantes van primores,
espumas, yerbas hormigas.
Sólo se salvan montañas,
mar, cielos altos, grandezas.
Ejemplos de lo sublime
sacaba una señorita
de una antología usada.
Y abajo, allí a media hora,
accidentes, dimensiones,
ruidosas delicias, números,
estaban ellas, mis gracias:
Tu grito, grito, «¡María!»
¿Quién está llamando a quién,
con voz de por la mañana?
Letreros: «Salida», «Entrada»,
sin puertas, sueltos, fatales,
como sinos, imperiosos.
Etiquetas de los precios,
sin más ni menos, exactas,
acabando con las dudas,
allí en los escaparates.
En la calle hirviente, clara,
a las doce en punto, sola,
una luz artificial
olvidada
en una ventana alta
—sólo yo la veo— flor
amarilla y torpe, errata
de las doce y de lo gris.
Y pregón, claxon, bocina,
sin cesar, las hojas verdes
con que tejen las esquinas
invisibles
coronas para tus sienes,
ninfa de tacones altos,
desmelenada, tú, anécdota,
negándote por teléfono
a la cita que te di
en la bacanal, pintada,
del museo, de once a doce.