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¿En dónde está la salvación? ¿Lo sabes?
¿Vuela, corre, descansa, es árbol, nube?
¿Se la coge a puñados, como al mar,
o cae sobre nosotros en el sueño
sin despertar ya más, igual que muerte?
¿Nos salvaremos?
Suelta, escapada va,
sin que se sepa dónde, si pisando
los cielos que miramos,
o bajo el techo que es la tierra nuestra,
inasequible, incierta, eterna,
jugando con nosotros
a será o no será.
Mas lo que sí sabemos es que todo,
las manos, y las bocas, y las almas,
ávidas y afiladas,
persiguiéndola están, siempre al acecho
de su paso en la alta madrugada,
por si cruzase por las soledades
o por el beso con que se las quiebra.
Que unas alas
invisibles golpean
las paredes del día y de la noche,
animadas, cerniéndose,
volando a ras de tierra, y son las alas
del gran afán de salvación constante
de cuyo no cesar se está viviendo:
el ansia de salvarme, de salvarte,
de salvarnos los dos, ilusionados
de estar salvando al mismo que nos salva.
Y que aunque su hecho mismo se nos niegue
—el arribo a las costas celestiales,
paraíso sin lugar, isla sin mapa,
donde viven felices los salvados—,
nos llenará la vida
este puro volar sin hora quieta,
este vivir buscándola:
y es ya la salvación querer salvarnos.