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No de cantera nacida,
ni de piedra ni de hierro,
no trabajada por manos,
hecha del alma,
columna mía;
de fuego hecha,
de la lumbre conocida
por mí desde que he sentido
lumbre de vida.
En vano el hacha se afila
para ella, en vano ruinas
de excelsos tiempos me dictan
ejemplos tristes.
Fogosa es esta columna;
ni la cortará el acero
ni a obligada servidumbre
la habrá de rendir el tiempo.
Cada día le doy forma
cuando la alimento y echo
en su seno
lo que se da al pecho amado:
vida y amor nuestro.
Y ella va subiendo siempre
de tierra a cielo,
sin más soporte que este
corazón mío, sin nada
que sustentar más que el gozo
del corazón mío.
Columna fogosa, pura
consunción de mi albedrío,
siempre tendrás que quemar
ramas, tronco vivo y luego
estas raíces que hundo
en tierra,
todo tuyo y todo mío,
que has de acabarte, fogosa
columna, conmigo mismo.
Ni truncada por el hacha,
ni muerto vestigio:
un día
tu fuego se apagará
con el mío;
en la dulzura del alba
el humo se irá fundiendo
y morirá la ceniza
en brazos del viento nuevo.