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RELÓ PINTADO
Las dos y veinticinco. Sí. Pero no aquí, no.
¿En qué día serían
las dos y veinticinco esas,
en qué mundo serán
las dos y veinticinco, de qué año?
¡Qué bien está esa hora
boba, suelta, volando
por los limbos del tiempo!
Se ve que es una hora
en que no pasó nada más que ella:
sus sesenta minutos
lentísimos, sesenta besos largos,
inocentes
en la mejilla tierna de una tarde
de un septiembre cualquiera, no sé dónde.
Hasta dejar de ser
hora de paso en su ascensión
a esto que ya es ahora: un alma de hora
escogida —¿por qué?—,
salvada de entre todas en la esfera
de aquel reló pintado, falso, alegre
medida de lo eterno.