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MADRID, CALLE DE…
¡Qué vacación de espejo por la calle!
Tendido boca arriba, cara al cielo,
todo de azogue estremecido y quieto,
bien atado le llevan.
Roncas bocinas vanamente urgentes
apresurar querían
su lenta marcha de garzón cautivo.
¡Pero qué libre aquella tarde, fuera,
prisionero, escapado! Nadie
vino a mirarse en él. El sí que mira
hoy, por vez primera es ojos.
Cimeras ramas, cielos, nubes, vuelos
de extraviadas nubes, lo que nunca
entró en su vida, ve.
Si descansan sus guardas a los lados,
acero, prisa, ruido,
corren. Él, inmóvil,
en el asfalto, liso estanque
momentáneo, hondísimo,
abre. Y lo surcan
—de alas, de plumas, peces—
crepusculares golondrinas secas.