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LECCIÓN DE LA VENTANA
Las dinastías egipcias
van en lenta caravana,
río abajo;
en polícromos bajeles.
Faraones de perfil,
de dos a tres, a la nada.
El tedio, la gran pirámide,
poco a poco se los traga.
¡Ah, si no fuera por esa
ventana, por la ventana!
Apiñados logaritmos;
granos de arena, más granos,
arena triste de números.
Yo por la playa, las tablas,
interminable, buscando,
veneras de madreperla,
caracoles o vocablos,
que digan algo, de tres
a cuatro.
Y sin coger más que cifras,
las manos siempre vacías.
Las cifras ¿qué llenan? Nada.
¡Ah, si no fuera por esa
ventana, por la ventana!
Sin que nadie lo supiera
sueños de caballería
se volvería la escolástica,
de cuatro a cinco.
Baralipton, un endriago,
tiene a Bárbara,
con sus premisas azules
en su espelunca encantada.
Darii, Ferio, la libertan
a punta de lanza. ¿Y luego
con cuál de los dos se casa?
¡Quién sabe fábula trunca
cómo acaba!
¡Ah, si no fuera por esa
ventana, por la ventana,
que tendría yo!
Aquello, todo
se lo llevó su pastor,
olvido.
Otra vez están durmiendo
en praderas de papel
sobre la grama menuda
de la letra de los libros.
¡Ah, si no fuera, si no
hubiera sido,
por la ventana!
¡Ay, las páginas, las páginas
de colores que cambiaban!
¿Quién las pasa?
¿Ahora, cuál vendrá, la gris,
la azul fuerte, la azul clara?
¡Qué mágicos alfabetos
en estas hojas sin tacha!
Rasgos de cristal, a veces,
puntas de agua,
monosílabos brillantes.
—sol, luz, lis, más, no, ya, sí—
que para siempre se clavan.
Frases de andadura noble,
cláusulas marmóreas, blancas,
lentas pasan.
Gran retórico, el vapor
odas compone con ellas,
de celestes temas:
hermética la doctrina,
odas lejanas.
Y la escritura más rara,
la que llega y ya se fue,
la indescifrable, de rápida,
la que con plumas veloces
sobre otras precipitadas
borra, apenas lo escribieron,
lo escrito por otras alas:
lo esbozado por gorriones
las palomas lo arrebatan.
Esa que nunca se cansa
de llenarles a los siglos
las hojas de las mañanas,
pluma tras pluma. ¡Qué mística
fugitiva de vislumbres
y día oscuro del alma!
Ah, si no fuera…
Porque ya se borraron
las sabidurías vanas
y la más vana de todas,
la del «omnia vanitas».
Y ya estoy, solo,
con un gozoso saber
que sabe que no se acaba:
con aquello que aprendí
por la ventana.