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FONT-ROMEU, NOCHE DE BAILE
Cada montaña tiene
su nombre, su estatura
(consúltense las guías)
y una señal de «libre», de «se alquila».
Pero no para estarse allí, no.
Llamo a aquella escurrida, silbo.
Es un taxi, tarifa de infinitos.
Viene ya. Me equivoco, lo que viene
es una nube rubia
con un álbum de discos bajo el brazo
a tocar fox-trots cándidos,
en sordina con títulos de estrellas.
Y los bailan
sílfides de aluminio y celuloide,
duras, resbaladizas, con anuncios
de automóviles nuevos en la frente.
Y tan solas, las pobres,
tan sin pareja,
que se enamora sucesivamente
de una, de dos, de tres, de todas,
la voluntad vacante aquí en lo blanco.