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¿No sientes el cansancio redimido
hoy, al servir de muda y honda prueba
de las vidas gastadas en vivirnos?
No quiero separarme
de esa gran traspresencia de ti en mí:
el cansancio del cuerpo.
Siempre te están abiertos en mi ser
albergues vastos, mínimos,
donde guardarte si te vas:
celdas de la memoria, y sus llanuras.
En el alma te encierro,
como el vuelo del ave
encierra el aire suyo preferido
en una red de ansiosas idas y venidas,
de vuelos
en torno tuyo, en cerco sin prisión,
toda adorada en giros, rodeada.
O prendida te quedas, al marcharte,
como por obra de casualidades,
reclinada en mi vida,
igual que ese cabello rubio que se queda
olvidado en un hombro.
Pero hoy la fervorosa
negación de tu ausencia, tu recuerdo,
va por mi ser entero, por mis venas,
fluye dentro de mí, y es el cansancio.
De pies a frente, sin dolor, circula
tan despacio
que si en él me mirase nos veríamos.
Floto en su tersa lámina,
lento aquietarse en arrobada calma
de las contradicciones que en la noche
buscaron su unidad labio con labio.
Me acuno en el cansancio
y en él me tienes y te tengo en él,
aunque no nos veamos.
Y si al ánimo torpe se le apaga
la llama donde vive aún lo pasado,
luz de memoria,
recuerda el cuerpo fíel,
vela por no olvidar, y es el cansancio
corporal el que salva
lo que el rendido espíritu abandona.
Y la carne se siente
júbilo de asunción al encargarse
hoy, para el ser entero,
de recordar, de la misión del alma,
cuando hasta, por las venas,
la misma sangre va vuelta en recuerdo.