29
LOS ADIOSES
I
Adiós. Si te digo adiós
no nos separaremos tan pronto.
Ya no había nada que decirse.
Y de repente alguien,
tú o yo,
echó la salvación,
esa palabra, adiós, entre nosotros.
Y ahora ya no podemos
irnos así.
Hay que quedarse.
Tenemos que decirnos adiós.
Desenredar esa madeja
del adiós redondo.
Explicar, explicarnos, las entrañas
vivas o muertas del adiós.
Decir adiós, adiós,
de día, de noche;
adioses negros, blancos;
adiós riendo, adiós llorando.
Juntos ya siempre por la despedida,
inseparables
al borde mismo —adiós— del separarse.
II
Poner telegramas:
«Imposible viaje. Surgió adiós imprevisto.»:
Escribir cartas, diciendo:
«Ya no puedo operarme.
Tengo una despedida.»
Colgar en la puerta de casa
un papel blanco, donde no esté escrito:
«Cerrado por adiós.»
III
Apoyados
estamos en la baranda
sobre el agua del adiós.
No está turbia, ni vacía.
Tiene nubes, hojas, vuelos,
dentro,
que van y vienen, que pasan
sin hacer ruido.
La flotan números, letras,
por encima, sueltas;
no cuentan nada, no dicen
nada.
Cifras elíseas, letras
vestidas de paraíso,
asunción y vacación,
disponibles a otra vida.
Se te ve en el agua —adiós—
mucho mejor que en tu cara.
Se te ve en el agua —adiós—
mucho mejor que en mi alma.
No saldrás nunca de aquí
ya.
Vivirás así, escapada
de tu cara, de mi alma,
tercera de ti, y de mí,
nueva,
hija fresca del adiós.
Vivir:
mirarnos en el adiós.