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ESTA
¡Cuánto olor en esta rosa!
Si regalo de hoy, traído
por el alba mandadera,
puro presente, parece,
respiro
en su temporal delicia
siglos de olores de rosa,
miles
de vergeles escondidos
—Sevillas o Babilonias,
Versalles, quizá o Egiptos—
en los pensiles del tiempo.
Aspirando estoy en esta
diverso aroma, y el mismo:
el de ella, en mi mano, aquí,
y detrás un largo aroma
de rosas, rosas más rosas,
fragantes desde su ayer:
aroma de desolvidos. ¿Marchitos
tantos pétalos pasados?
¿Muertos?
Nunca muertos. Vivos
ante mis ojos, en esta
rosa que va, con divino
paso del alba a la noche;
tan señora de su ritmo
de sin pereza y sin prisa,
tan sin miedo a su destino
de ser breve, que se encuentra
su grandeza allí: en lo mínimo.
¿Su ternura? Engaño era:
rosa más dura que peña.
Mentira su breve sino.
Más que piedras de tronchados,
ella durará, obeliscos.
Y en su tallo, más que en ellos
columpiase un infinito.