Disputa
En el primer mes no lo sabíamos muy bien
sólo las trompas habían comprendido.
En el segundo mes discutimos
lo que habíamos querido, no querido,
dicho o no dicho.
En el tercer mes cambió el cuerpo palpable,
pero las palabras sólo se repitieron.
Cuando en el cuarto mes comenzó el Año Nuevo,
lo único nuevo fue el año; las palabras siguieron siendo viejas.
Agotados, pero teniendo aún razón,
tachamos el quinto y el sexto mes:
Se mueve, decíamos sin conmovernos.
Cuando en el séptimo mes compramos vestidos amplios,
seguimos siendo estrechos y nos peleamos
por el tercer mes perdido.
Sólo cuando el salto de un foso
se convirtió en caída
—¡No saltes! ¡No! Espera. No. ¡No saltes!—
nos preocupamos: susurros y balbuceos.
En el octavo mes estábamos tristes
porque las palabras dichas en el segundo y el cuarto
seguían contando.
Cuando fuimos derrotados en el noveno mes
y el niño nació sin darle importancia,
nos habíamos quedado sin palabras.
Nos felicitaban por teléfono.