Sobre qué escribo
Sobre el comer, el regusto.
Después, sobre huéspedes no invitados
o llegados con un siglo de retraso.
Sobre la sed de limón exprimido de la caballa.
Más que sobre cualquier otro pez, escribo sobre el rodaballo.
Escribo sobre la abundancia.
Sobre el ayuno y por qué lo inventaron los comilones.
Sobre el valor nutritivo de las migajas de la mesa del rico.
Sobre la grasa y las heces y la escasez y la sal.
Describiré doctamente
—en medio de una montaña de mijo—
cómo la mente se volvió biliosa
y el estómago demente.
Escribo sobre los pechos.
Escribiré, mientras dure,
sobre Ilsebill embarazada (su antojo de pepinillos).
Sobre el último bocado compartido,
la hora pasada con el amigo
comiendo pan, queso, vino y nueces.
(Hablamos con delectación de lo divino y lo humano
y también del engullir, que no es más que miedo.)
Escribo sobre el hambre, sobre la forma en que fue descrita
y por escrito propagada.
Escribiré, mientras voy a Calcuta
sobre las especias (cuando Vasco y yo
hicimos bajar el precio de la pimienta).
Carne: cruda y cocida,
se ablanda, se deshilacha, se contrae o deshace.
Las gachas nuestras de cada día
y demás cosas premasticadas: fechas históricas,
las carnicerías de Tannenberg-Wittstock-Kolin
y todo lo que queda luego:
huesos, pellejos, tripas, salchichas.
Sobre el asco ante el plato lleno,
sobre el buen sabor,
sobre la leche (y cómo se cuaja),
sobre el nabo, la col y el triunfo de la patata
escribiré mañana
o cuando los restos de ayer
sean fósiles de hoy.
Sobre qué escribo: sobre el huevo.
Frustraciones y grasas, amor que devora, soga y clavo,
disputas por un pelo y por la palabra caída en la sopa.
Sobre el congelador y lo que pasó
cuando se fue la corriente.
Escribiré sobre todos nosotros
sentados ante platos ya vacíos;
y también sobre ti y sobre mí, y sobre la espina en la garganta.