Lo que nos falta
¿Adelante? Eso ya lo conocemos.
Por qué no volver atrás, rápidamente
y sin tempotránsitos.
Todo el mundo puede llevarse algo, algo.
Ya evolucionamos hacia atrás,
parpadeando a izquierda-derecha.
Algunos se dejan arrastrar por el camino:
Wallenstein forma regimientos.
Como está de moda, alguien deja la formación gótico-extáticamente
y es arrebatado (en paño de Brabante) por un año de peste.
Mientras las migraciones bárbaras colean,
un grupo (como es sabido) se separa de los godos.
Los que habían buscado el futuro como posmarxistas
quieren ser ahora paleocristianos o griegos
de antes o de después de la purga dórica.
Por fin se han borrado todas las fechas.
Ya no hay sucesión hereditaria.
Hemos llegado limpios a la edad de piedra.
Sin embargo tengo mi máquina de escribir
y desgarro pliegos Din A4 en grandes hojas de puerro.
La tecnología del hacha de mano, los mitos del fuego,
la horda como primera comuna (y cómo resolvió sus conflictos)
y las leyes no escritas del matriarcado
quieren ser descritos;
aunque no pase el tiempo, enseguida.
Tecleteo sobre hojas de puerro: la edad de piedra es hermosa.
Sentarse ante el fuego: agradable.
Porque una mujer ha traído el fuego del cielo,
reinan las mujeres soportablemente.
Lo que nos falta (lo único) es una utopía tangible.
Hoy —aunque eso no existe: hoy—
alguien, un hombre, ha hecho su hacha de bronce.
Ahora —aunque eso no existe: ahora—
la horda discute si el bronce es progreso o qué.
Un aficionado, que como yo viene de la actualidad
y ha traído consigo su gran angular,
quiere entregarnos, porque la Historia ha empezado explosivamente,
al tiempo futuro:
en colores o en blanco y negro.