Excremento en verso
Humea, es examinado,
no huele extraño, quiere ser visto,
ser con su nombre.
Heces. El metabolismo o la defecación.
La caca: lo que circularmente se deposita.
¡Un choricín! ¡Un choricín! dicen las madres.
Plastilina precoz, pellas vergonzosas
y temerosos residuos: lo que fue a parar a los pantalones.
Nos reconocemos: guisantes, huesos de cereza no digeridos
y el diente que se tragó.
Nos miramos atónitos.
Tenemos algo que decirnos.
Mis desechos, más cercanos a mí que Dios o que tú o que tú.
¿Por qué nos parapetamos tras una puerta atrancada
y no dejamos entrar a los invitados
con los que, la víspera, en una mesa ruidosa
fijamos el destino de ese tocino y esas judías?
Ahora queremos (por decisión) comer aislados
y defecar en sociedad;
neolíticamente el conocimiento será más fácil.
Todos los poemas que profetizan y riman la muerte
son excrementos que caen de un cuerpo estreñido
en el que fluye la sangre y sobreviven los gusanos;
así vio el poeta Opitz,
que se equivocó al prescribirse la peste como alegoría,
su última cagalera.