Vacío y solo
Los pantalones bajos, las manos en actitud orante,
mis ojos ven de lleno:
el tercer ladrillo desde arriba, el sexto desde la derecha.
Diarrea.
Me oigo.
Dos mil quinientos años de Historia,
primeras intuiciones y últimos pensamientos
se lamen entre sí y se absorben mutuamente.
Es la infección de siempre.
Favorecida por el tinto
o por la pelea en la escalera con Ilsebill.
Miedo, porque el tiempo —el reloj, quiero decir—
tiene cagalera crónica.
Lo que gotea por detrás: problemas a la hora del desayuno.
El excremento se niega a hacerse compacto
y también el amor fluye hacia un pozo sin fondo.
Vaciarse tanto
es ya un placer: solo en el retrete
con mis posaderas que son sólo mías.
Dios-Estado-Sociedad-Familia-Partido…
Fuera, todos fuera.
Eso que huele soy yo.
Si pudiera llorar.