Libi-libi
Entre camas separadas
al alcance de la voz
se habla de los sexos.
¡Acabar! ¡Déjame acabar!
No tienes ya nada que decir.
Durante siglos has.
Simplemente te quitamos el sonido.
Te has quedado sin palabras
y ni siquiera eres ya gracioso.
¡Libi-libi!, gritan los niños
a la Ilsebill de los cuentos.
Ha destrozado lo que es querido y precioso.
Con hacha mellada ha hecho trizas
el colmo pequeño de la felicidad.
Quiere ser por sí misma, por sí misma sólo
y no tener una cuenta corriente común.
No obstante existía el nosotros: yo y tú… nosotros.
Un doble sí en la mirada.
Una sombra en la que, agotados
y de múltiples miembros, sin embargo un sueño
y una foto éramos, en la que fielmente.
El odio construye frases.
Ella me ajusta las cuentas, me saca de quicio,
se crece en su papel, se levanta
y termina de hablar: ¡Acabar! ¡Déjame acabar!
Y olvida de una vez el nosotros y el nuestro.
¡Libi-libi!, decían las inscripciones en tablillas de arcilla,
hallazgo minoico (Cnosos, primer período palaciego),
durante mucho tiempo sin descifrar.
Se creyó que eran cuentas de la compra,
fórmulas de fertilidad,
nimiedades matriarcales.
Pero ya desde un principio (mucho antes de Ilsebill)
la diosa practicaba la subversión.