Dedicado a Ilsebill
La comida se enfría.
Ya no soy nunca puntual.
Ningún «¡aquí estoy!» empuja la puerta de siempre.
Por atajos, para acercarme a ti,
me he extraviado: en árboles, en laderas de setas,
en campos semánticos alejados, en incursiones en la basura.
No esperes. Empieza a buscar.
Podría muy bien no abrigarme en la podredumbre.
Mi escondite tiene tres salidas.
Yo soy más real en mis historias
y en octubre, cuando es nuestro cumpleaños
y los girasoles se alzan decapitados.
Como hoy no podemos vivir el día
y ese pedazo de noche,
te propongo siglos, por ejemplo el XIV.
Somos peregrinos que van a Aquisgrán,
viven de la alimosna
y se han dejado la peste en casa.
Me lo ha aconsejado el rodaballo.
Otra vez en fuga.
Sin embargo, una vez —me acuerdo—,
en mitad de una historia
que iba a otra parte, a Lituania por el hielo,
me encontraste a tu lado: también tú eres refugio.