Liebre a la pimienta
Corrí y corrí.
Contra los indicadores, con mi hambre de lobo
corrí bajando por la Historia, fui tobogán y canto rodado,
pisoteé para allanar lo que de todas formas era llano,
fui mensajero a contracorriente.
Guerras rumiadas,
la de los Siete y la de los Treinta,
dejé atrás los Cien nórdicos.
Rezagados que, por costumbre, miraban hacia atrás,
me vieron desaparecer dando regates.
Y los que me advertían: ¡Está ardiendo Magdeburgo! no sospechaban
que atravesaría riendo
la ciudad todavía intacta.
Sin seguir ningún hilo, sólo la pendiente.
Se componían los desmembrados,
saltaban de los carros de la peste, salían de las ruedas,
de hogueras que se replegaban sobre sí mismas,
las brujas brincaban conmigo durante un trecho.
Ay, los tiempos difíciles de concilios de años,
el hambre de fechas
hasta que llegué a ella: sin aliento y demacrado.
Levantó la tapa del puchero y removió el caldo.
«¿Qué hay de comer, qué?»
«Liebre a la pimienta, claro. Me imaginé que vendrías.»