2008
—¡No! —aulló Justinia—. ¡No!
Sintió como cada diente abría un túnel a través de su cuerpo. Sintió como excavaban pasadizos a través de su carne, sintió como la desgarraban, la hacían pedazos. Cuando le llegaron al corazón, empezó a chillar.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No es justo! ¡Has trucado la baraja! ¡Has hecho trampa!
Pero así era como se jugaba la partida. Ella había hecho todas las trampas posibles con los triunfos que tenía en la mano, y los había jugado. Laura tenía mejores cartas, y nada más.
—¡No es posible! ¡Es trampa! —chilló Justinia al caer, golpeando el suelo con el puño, pateando con los pies la roca. No veía nada con el ojo que le quedaba. Todo se había vuelto negro. Pero podía sentir a Laura detrás de sí. La sentía moverse.
Todos los jugadores saben que hay manos malas. Es algo que todos temen. A veces, tus cartas no valen nada. A veces, la suerte te da la espalda.
Justinia no podía aceptarlo, ni siquiera cuando los últimos rastros de vida la abandonaban. Ni siquiera mientras agonizaba.
—No —lloriqueó—. No. No. No.
—Cállate, vieja arpía —dijo Caxton, y luego pisoteó la cabeza de Justinia. Hasta que todo hubo acabado.