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Clara cayó encima de un expositor de revistas, y desparramó los semanarios satinados por el suelo. El atacante le dio un puñetazo en un riñón y ella cayó como un peso muerto.
Ni siquiera había podido echarle un buen vistazo todavía.
Si ella hubiese sido alguien más fuerte, más rápido… si fuera Laura, pensó, ya tendría a aquel tipo en el suelo, esposado. Pero Clara no era una poli de película de acción. Nunca había querido serlo. Había querido ser una fotógrafa artística. Había querido ser famosa por sus exquisitos desnudos, o por sus naturalezas muertas, de una expresividad tal vez un punto patética.
Entrar en la policía había sido sólo una manera de pagar el alquiler.
Un puño se le estrelló contra una sien y estuvo a punto de desmayarse. Ante sus ojos danzaron puntos de luz, y se le entumecieron las manos. Las manos… había estado tendiendo las manos hacia… hacia…
Eso era. Tenía una pistola. Consiguió desabrochar la correa en el momento en que el atacante le pisaba un hombro. Sacó la pistola de la funda y disparó a ciegas hacia donde pensaba que podría estar el agresor.
Y… le acertó. Sintió que le caían sobre la cara fragmentos de carne, como tiras arrancadas de un pedazo de pollo. La carne estaba extrañamente fría. Había esperado que estuviese empapada de sangre, pero no lo estaba. No tenía tiempo para preguntarse por qué ni para sentir repugnancia, aunque sabía que al final vomitaría.
El atacante chilló, un lamento agudo que no se esperaba. Por el dolor tremendo que sentía, había esperado que el atacante fuese un tipo enorme, de más de dos metros de altura, un armario. Pero su voz se parecía más a la de una marioneta demoníaca.
Espera… no… no podía ser…
El agresor no se quedó para que pudiera echarle una buena mirada. Atravesó la tienda a toda velocidad, rebotó contra un expositor de libros de bolsillo que había junto a la caja, y salió por las puertas para perderse en la noche.
Clara parpadeó, intentando aclararse la vista. Se sentía como si se le hubiera desprendido una retina de un golpe.
En lo alto, el hilo musical se arrancó con otra canción pop.
Tenía que ir tras él. Tenía que darle alcance. Era lo que habría hecho Laura. Era lo que se suponía que debía hacer un poli. Bueno. Técnicamente, ella no era poli, sino especialista forense. Pero, técnicamente, se suponía que los polis ya deberían haber peinado la escena para asegurarse de que no hubiera ningún loco trastornado por las drogas escondido en el lavabo de la tienda. Clara se puso trabajosamente de pie. Le dolía todo. Resbaló sobre las satinadas revistas y casi se abrió la cabeza contra el suelo. Pero se levantó. Se puso de pie y miró al exterior, a través de las ventanas de la parte delantera de la tienda, con la esperanza de ver un rastro de sangre. Algo que pudiera seguir.
Pero encontró a su atacante de pie allí fuera, mirándola. Se encontraba junto a los surtidores de gasolina, iluminado por los focos de la tienda con tanta claridad como si fuera de día. Llevaba una sudadera de color amarillo con una capucha que le ocultaba la cara, y se cubría con una mano una herida que tenía en un brazo, seguramente donde ella le había disparado.
No había sangre en la manga. Maldición. Con que sólo pudiera verle la cara, lo sabría con seguridad. La cara… o tal vez la carencia de ella.
Cuando la vio, el tipo soltó otro chillido y echó a correr.
—¡Cobarde! —le gritó ella. Dudaba que la hubiera oído a través del cristal.
Clara salió por la puerta de la tienda y lo persiguió.