17

—Esto es una mala idea —insistió Glauer, mientras ella metía una marcha del coche y se lanzaba a toda velocidad.

—El cinturón —dijo ella.

Él se lo puso.

Clara estaba dejando el asiento perdido de sangre. El tajo de la cadera no era profundo, pero por la sensación parecía grande. No había tiempo para hacer nada por él. Pisó a fondo el acelerador y salió a toda velocidad tras la furgoneta, que apenas podía ver más adelante. Iba con las luces apagadas, pero la pintura era más oscura que la polvorienta vía de dos carriles, así que parecía una sombra enorme que intentara huir de la luz de la luna.

—Fetlock va a tener un berrinche cuando se entere de esto —le dijo Glauer.

—A lo mejor sufrirá un infarto y nosotros conseguiremos un nuevo puesto. ¿Quieres hacer el favor de informar ya de esto? En este estado es ilegal hablar por el móvil mientras conduces. Si no, lo haría yo misma.

Glauer soltó un gruñido de descontento, tal vez por el hecho de que Clara le recordara cómo hacer su trabajo. Sacó su móvil del bolsillo y tuvo que entretenerse un poco con él porque le había quitado la batería. Al fin logró ponerlo en funcionamiento.

—Aquí el agente especial Glauer del cuerpo de los marshals. Estoy persiguiendo una furgoneta de último modelo, negra y con un grafiti pintado en un lateral, que se dirige hacia el nordeste por Washington Pike. Solicito toda la ayuda disponible.

Ante ellos, la calle serpenteaba a través de una zona comercial brillantemente iluminada. Clara ya podía ver mejor la furgoneta y había acortado mucho la distancia que los separaba. Se encontraba a unas pocas docenas de coches por detrás. El medio muerto que conducía la furgoneta estaba forzándola hasta el límite, pero la velocidad máxima de una furgoneta jamás podría superar la velocidad máxima de un Mazda. Les darían alcance, y pronto.

El problema era, ¿qué harían entonces? Clara nunca había ido a un cursillo de persecución automovilística. No tenía ni idea de cómo se hacía para conseguir que un coche se detuviera. Tal vez debería haber dejado que condujera Glauer, después de todo.

Apretó los dientes. La herida de la cadera empezaba a dolerle. Pero maldita fuera si iba a permitir que ahora escaparan. Laura no se habría dado por vencida. Pisó el acelerador a fondo e intentó poner toda su voluntad en hacer que el coche corriera más.

Al parecer, los medio muertos sabían que no podían escapar, al menos sin jugar sucio. Ante ella, la puerta posterior de la furgoneta se abrió y quedó meciéndose de un lado a otro como el ala de un murciélago herido. Vio que en el interior los medio muertos se sujetaban a lo que podían para no caer fuera del vehículo. Uno de ellos se asomó por la parte trasera y lanzó algo.

El objeto describió un arco en el aire, en dirección al parabrisas del Mazda, y Clara, de forma refleja, se apartó a un lado como si quisiera evitarlo, pero no logró girar el volante antes de que el proyectil se estrellara contra el coche.

—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó. Había estado demasiado concentrada en la calle como para verlo con claridad.

Glauer no respondió de inmediato.

—¿Qué nos están tirando? —volvió a preguntar Clara.

—Era… era un brazo —dijo él.

Los ojos de Clara se desorbitaron.

—Fuera del restaurante le disparé a uno en un brazo. Ya sabes que se hacen pedazos cuando les disparas. Debe haberse arrancado el brazo herido para lanzárnoslo —explicó él. Daba la impresión de que estaba a punto de vomitar las tortitas que había comido.

—Aguanta —dijo Clara—. Necesitamos que…

Se interrumpió cuando una pierna que aún llevaba puesta una bota de excursionista se estrelló contra el parabrisas, y una larga resquebrajadura se abrió en el cristal.

—No puede ser —dijo. Una cabeza que chillaba en silencio llegó volando por el aire hacia ella, que giró el volante de modo involuntario para evitarla—. ¡Glauer… están haciéndose pedazos los unos a los otros, ahí dentro!

—Supongo… que no tienen nada más que tirarnos —le respondió él.

—¡Haz algo!

El corpulento policía se volvió para mirarla, pero ella no se atrevió a desviar los ojos de la carretera durante el tiempo suficiente como para establecer contacto ocular.

—¿Como qué? —quiso saber él.

—Como asomarte por la ventanilla y dispararles, evidente —dijo ella, mientras se preparaba para la llegada de otra pierna que rebotó en el techo del Mazda.

—¿Estás de broma? Ésta es una zona comercial en un sábado por la noche. Debe de haber cientos de civiles a nuestro alrededor —replicó él.

Ella desvió los ojos a toda velocidad hacia un lado y otro, y vio que estaban pasando ante unos enormes grandes almacenes. Había muchísimos coches en el aparcamiento. Glauer tenía razón. Cualquier bala perdida podría acabar dentro de esos grandes almacenes, o en el bar de temática deportiva de enfrente. «Maldición —pensó—. Laura lo habría hecho de todos modos.» Habría sido muy cuidadosa con los disparos que efectuara, pero se los habría cargado.

Jameson se habría puesto a disparar sin más y no se habría preocupado. Pero, por otro lado, Jameson Arkeley había acabado convirtiéndose en un vampiro para luchar mejor contra ellos. Y eso no había acabado bien.

—Vale —dijo Clara. Un brazo que alguna vez había sido humano cayó en la calzada y el Mazda rebotó al pasarle por encima—. Bien, no dispares… pero piensa en otra cosa. ¿Cuánto te han dicho que tardarían en llegar los refuerzos?

—Diez minutos —replicó Glauer—. Como máximo.

Clara negó con la cabeza.

—Demasiado. Necesitamos pillar a uno de esos bastardos intacto para sacarle algo de información. Dentro de diez minutos estarán desparramados por toda la calle. O el conductor se desviará por una calle lateral que no tenga iluminación y lo perderemos. ¿Qué más podemos hacer? Venga, tú eres un poli de verdad. Tienes que saber algo sobre persecución de vehículos.

Él guardó silencio durante un segundo.

—Maniobra TIP —dijo luego, en el tono de un hombre desesperado.

—¿Qué?

—Maniobra TIP. Son las siglas de «técnica de intervención precisa». Es la manera de detener un coche que huye cuando no funciona absolutamente nada más.

Clara se agachó de modo involuntario cuando un torso humano entero voló hacia ella. Rebotó en una arista lateral del parabrisas. El ruido del golpe la ensordeció por un segundo.

—¿Es peligrosa? —preguntó.

—Sí. Muy peligrosa. Este coche es demasiado bajo, y el centro de gravedad de la furgoneta es demasiado alto, pero funcionará. Lo que no sé es si saldremos intactos.

—A la porra —dijo Clara—. Laura no se lo pensaría dos veces.

—Ya me temía que ibas a decir eso. Vale. Sitúate en paralelo con la furgoneta, con la rueda frontal izquierda en línea con la posterior derecha de la ellos. Iguala su velocidad tanto como puedas.

Clara lo hizo. La furgoneta intentó virar para apartarse, pero el Mazda era mucho más maniobrable y acompañó el movimiento del otro vehículo. El medio muerto que estaba asomado por la parte posterior de la furgoneta, el que había estado lanzando trozos de cuerpos, extendió los brazos e hizo como si intentara atrapar al Mazda. En el intento perdió la mitad de los dedos, que rebotaron por el techo y un lateral del coche con un sonido que a Clara le recordó el que hace una rama de árbol cuando no la esquivas del todo. El medio muerto se retiró a causa del dolor, pero luego regresó con un brazo cercenado que usó como porra para intentar hundir la ventanilla de Clara.

—¿Y ahora qué? —preguntó Clara, con tono exigente—. ¡Dime qué debo hacer!

—Establece contacto con el costado de la furgoneta, un contacto tan ligero como te sea posible… no queremos acabar estrellados a causa de un empujón lateral. Luego, justo cuando establezcas contacto, gira el volante en seco para dirigir la rueda delantera directamente contra la de ellos.

—La furgoneta tiene que pesar cuatro veces más que este coche —dijo Clara—. Es una locura, no vamos a…

—¡Ahora! —dijo Glauer, cuando el Mazda tocó el lateral de la furgoneta con un chirrido horrible. Entonces, él mismo aferró el volante y lo giró con brusquedad.

32 colmillos
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