27

Patience Polder gritó en la noche, y un estremecimiento recorrió el cuello de Caxton. Se sentó de golpe en la silla y llevó las manos hacia las pistolas.

Detrás de sí, dentro de la casa, Caxton oyó que Urie Polder daba traspiés, y luego el parpadeo amarillo de una lámpara de queroseno se encendió al otro lado de la ventana que tenía detrás, deslumbrándola. En el piso de arriba, Patience había dejado de gritar, pero Caxton continuaba sin saber muy bien qué hacer. Si dentro de la casa había algo que ya hacía presa en la muchacha, el movimiento de Caxton sería entrar a toda velocidad, disparando. Pero podría tratarse de una maniobra de diversión destinada a cubrir un asalto frontal contra la casa. Si entraba, podría verse atrapada allí, cercada por un ejército de medio muertos, sin poder escapar si…

—Ven aquí, soldado, y rápido —la llamó Urie Polder.

Caxton gruñó de frustración, pero abrió la puerta mosquitera y subió corriendo la escalera de la casa. Encontró a los dos Polder en el dormitorio de Patience. El padre, sin camisa y con los ojos desorbitados, se encontraba arrodillado junto a la cama de su hija, con la lámpara sujeta en alto. Patience estaba blanca como la cera, sentada muy tiesa en la cama y aferrando la gruesa tela de su camisón como si necesitara con desesperación algo a lo que agarrarse.

—Dime —dijo Caxton. Llevaba una pistola en cada mano. Con la derecha cubría la entrada y la escalera que se encontraba más allá, y con la mano izquierda y más débil cubría la ventana.

—Al despertar vi una cara en la ventana —explicó Patience. Sabía que no era necesario perder el tiempo hablando de lo mucho que se había asustado—. Una cara enmascarada. Pensé que habían venido a por mí. Sin embargo, cuando grité desapareció.

—Puede que sólo haya sido un sueño, hum —dijo Urie Polder, mientras acariciaba el pelo de su hija con los dedos de madera.

—Podría ser, claro —dijo Caxton, sin apartar los ojos de la ventana. Estaba abierta de par en par, y la oscuridad exterior era absoluta. La propia Justinia Malvern podría estar ahí fuera, y sería imposible verla desde aquella habitación iluminada por la lámpara—. Urie, cierra y asegura esa ventana. No los mantendrá fuera durante mucho tiempo, pero nos avisará. Patience, establece algún tipo de barrera protectora. Una protección mágica o algo parecido. No podemos permitirnos perderte.

Los Polder sabían que era mejor no esperar nada parecido a la empatía o el tacto por parte de su huésped. Hicieron lo que les decía, y se mantuvieron el uno cerca del otro para sentirse mejor. Caxton echó una rápida mirada escaleras abajo, luego bajó corriendo al porche y comprobó sus armas. Nadie había tocado nada.

«Una cara enmascarada», pensó. Enmascarada. Un medio muerto podría llevar una máscara para ocultar su desfiguración. Pero nunca antes había tenido noticia de que alguno lo hiciera. Les gustaba asustar a la gente. Les gustaba aterrorizar a todo el mundo con su semblante horrible. Tal vez éste no quería que se viera que era el secuaz de un vampiro. Tal vez lo habían enviado para darle un mensaje a Patience, y había creído que la máscara evitaría que la muchacha gritara. Bueno, si ése era el caso, había fracasado en su misión.

Tal vez sólo tenía la misión de garantizar que Caxton permaneciera cerca de la casa.

Caxton saltó por encima de la barandilla del porche y se adentró en los matorrales que se extendían al lado de la casa. Se agachó para ponerse a cubierto, y luego dio la vuelta a la casa con rapidez, hasta la zona situada justo debajo de la ventana de Patience. No encontró ninguna huella allí, pero no esperaba encontrarla; estaba demasiado oscuro para distinguir huellas en la hierba. Tanteó la tierra con la punta de una bota en busca de los agujeros que habría podido dejar una escalera de mano, pero no encontró nada.

«Maldición.» No quería que aquel bastardo se marchara sin más, huyera noche adentro sin dejar pista ninguna detrás de sí. Quería perseguirlo, quería darle caza entre los árboles de lo alto de la cresta. Quería atraparlo y arrancarle los dedos hasta que le dijera lo que quería saber.

Pero Malvern sabría eso, por supuesto. Podría haber montado todo aquello para tenderle una trampa. Podría tener un centenar de medio muertos ocultos entre los árboles, esperando a que Caxton abandonara la luz y la seguridad de la casa.

Caxton sacudió la cabeza para aclarársela. No podía perder la frialdad de esa manera. No podía empezar a imaginar trampas, sobresaltándose ante cada sombra que viera. Había demasiadas posibilidades.

Se agachó, con las armas apuntando al suelo. Cerró los ojos y escuchó. Forzó cada fibra de su ser a concentrarse en oír lo que había a su alrededor.

Los grillos estaban volviéndose locos, como hacían todas las noches de verano. El coro de cricrís ascendía, descendía y volvía a ascender como un océano de sonido. Oyó una lechuza que ululaba en alguna parte del bosque. Abajo, en La Hondonada, alguien escuchaba una radio de transistores.

No muy lejos, mucho más cerca, de hecho, se rompió una ramita. Como si alguien la hubiera pisado.

Ella se volvió en esa dirección, tentada de abrir fuego con una descarga de disparos a bulto por si tenía suerte y le daba a algo. Pero las probabilidades de que así fuera eran demasiado escasas. Manteniendo la cabeza baja, avanzó en cuclillas hacia el sonido, con los ojos abiertos al máximo para intentar aprovechar al máximo la luz de las estrellas. El ruido había salido de un grupo de árboles situado justo al lado del huerto de Urie Polder. Al pasar junto a las hileras de pepinos y calabazas, vio tallos rotos y un tomate que alguien había pisado.

Aceleró para adentrarse entre los árboles, en dirección al lugar del que había llegado el sonido. Apoyó la espalda contra un tronco de árbol y volvió a escuchar, se obligó a dejar de respirar y sólo escuchar.

Estaba segura de haber oído unos pasos apagados entre los árboles. Pero nada más. Ni risitas sádicas, ni ruidos que indicaran que un ejército de medio muertos estaba al acecho.

Se apresuró a continuar, siguiendo aquellos pasos lo mejor que pudo. Pero cuando salió a un claro que había entre los árboles, a unos cuatrocientos metros de la casa, ya sabía que había perdido a su presa. Iba demasiado lenta porque tenía que detenerse cada cien metros, más o menos, para escuchar. El medio muerto al que perseguía se había marchado, ya estaba al otro lado del perímetro de teleplasma, fuera del contorno del círculo de cráneos de pájaros que ella había formado. Sabía que no le convenía seguirlo más allá, salir a una parte de la cresta que no había protegido adecuadamente.

Así pues, volvió atrás, en busca de alguna señal dejada por el intruso al pasar. La encontró con bastante rapidez. Uno de los cráneos de pájaro había sido reducido a astillas. Tenía que haber sido hecho con rapidez, y por la mano de alguien que supiera lo que hacía; lo habían destruido antes de que pudiera emitir ningún tipo de señal. Debería haber empezado a chillar al primer contacto.

Lo cual significaba que Malvern ya estaba al tanto de su primera línea de defensa… y sabía cómo evitarla.

—Mierda —dijo hacia la oscuridad.

No obtuvo respuesta.

32 colmillos
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