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Fetlock bajó el volumen de la radio, pero Clara sabía que el hombre de lo alto de la cresta continuaba gritando. Podía oír su voz directamente, en la distancia.
—Que todo el mundo se quede quieto. Mantengan las posiciones —les gritó Fetlock a los policías de La Hondonada—. Para esto hemos hecho los planes y hemos estado entrenándonos durante el último mes.
Se oyeron algunos gritos de asentimiento, de determinación. La mayoría de los policías se limitaron a mantener baja la cabeza. Habían oído las historias. Sabían qué pasaba cuando la policía intentaba luchar contra los vampiros.
Y Clara también.
—Glauer —dijo—. Glauer, esto va a ponerse feo.
—Lo sé. Ahora cállate.
Ella iba a protestar, pero sabía que él tenía razón. Preocuparse por lo que vendría a continuación no lo cambiaría. Hablar del asunto sólo aumentaría la aprensión.
—Todas las unidades de francotiradores, informen —dijo Fetlock por el walkie-talkie. De uno en uno, ocho hombres se pusieron en comunicación para informar de que no habían establecido contacto.
En lo alto de la cresta cesaron los alaridos. No fue como si el hombre de allí arriba hubiese muerto, sino sólo como si se hubiera quedado sin aliento y no pudiera emitir ningún sonido más.
—Debería hacer venir al helicóptero… obtener una visión mejor de la situación… disparar algunas bengalas de señales —murmuró Clara. No podía evitarlo—. Debería darnos armas.
—Lo sé —volvió a decir Glauer.
—Unidades de tierra, informen —dijo Fetlock.
Uno a uno, los agentes del SWAT y los policías de cazadora azul comenzaron a ponerse en contacto. Sólo para confirmar que continuaban vivos.
—Infrarrojos, deme un informe —dijo Fetlock.
—Sin contacto. Sin movimiento —dijo el walkie-talkie.
—¿Infrarrojos? ¿Por qué está usando infrarrojos? Los medio muertos no emiten calor. Debería estar usando visión nocturna en lugar de infrarrojos…
—Lo sé —insistió Glauer.
Luego la asió por un brazo. Debía de haber visto algo. Algo que Clara había pasado por alto. Hacia un lado de donde estaban, un policía de cazadora azul había empezado a girarse al tiempo que levantaba el arma. Algo se lo llevó al interior del bosque, a tal velocidad que no tuvo posibilidad de informar.
Un momento más tarde empezó a gritar. No se encontraba ni a quince metros de donde estaban Clara y Glauer.
Los agentes del SWAT abrieron fuego contra el lugar en que había estado. No había manera de que pudieran tener la seguridad de no estar disparando contra su propio compañero, pero debían tener orden de disparar de todos modos. Las armas ladraban y escupían, y las balas hendían los oscuros árboles de ese lado de La Hondonada.
—¡Ahora, luces! —gritó Fetlock, y una batería de focos que había encima del centro móvil de mando giró en esa dirección y se encendió.
Clara tuvo el tiempo justo de ver una cara sin piel que se asomaba entre dos troncos de árbol antes de desaparecer a una velocidad excesiva para seguirla. Volaron más balas en dirección al medio muerto, pero ya hacía demasiado que se había marchado.
—Unidades de tierra, disparen a discreción —gritó Fetlock.
Pero no había nada a lo que disparar.
El hombre del bosque había dejado de gritar casi de inmediato. Clara escuchó con atención por si percibía algún tipo de movimiento entre esos árboles, observó las sombras por si veía alguna silueta de forma humana. Pero no había nada.
—Táctica de guerrilla —dijo Glauer.
—¿Qué?
—Ella sabe que Fetlock quiere un ataque frontal. Una gran batalla campal. No le va a dar lo que quiere. Nos irá matando uno a uno. Esto no es una guerra. Es una peli gore.
—Ustedes dos… cállense o los hago esposar —les gritó Fetlock—. Unidades de tierra, retrocedan. Formen un perímetro, no pierdan de vistan al hombre de su izquierda y al de su derecha durante todo el tiempo. No disparen contra el enemigo hasta que tengan un blanco claro. Repito, bajo ninguna circunstancia…
Del otro lado de La Hondonada les llegaron más gritos. Clara se volvió a mirar, pero no había nada que ver. Las armas dispararon y los focos giraron y la cegaron por un momento. Por el walkie-talkie, alguien gritó:
—¡Tiene mis piernas! ¡Mis jodidas piernas!
Y luego: silencio.
Una vez más.
—Maldición —murmuró Fetlock—. Vale, el pájaro al aire… luces en movimiento, cubran el área con barridos normales, consíganme información. ¡Joder, por lo que más quieran, que alguien me consiga información! Necesito contactos, gente. ¡Que alguien me dé un contacto!
—Allí —dijo Darnell, observando la oscuridad con el ojo de serpiente—. Allí… y allí. —Señaló. Su brazo se movió a un lado cuando volvió a señalar—. No son muchos, pero se mueven a una velocidad espantosa. Se…
Calló porque todos vieron el contacto siguiente. Un medio muerto, con el torso desnudo y descalzo, entró corriendo en el claro, chillando con una risa aguda. La cara le colgaba en jirones de las mejillas y el mentón. Llevaba algo abultado sujeto en torno a la cintura.
—¡Ella se beberá vuestra sangre, la de todos vosotros! —gritó el medio muerto.
Entonces, Glauer levantó a Clara, la cogió como si fuera un saco de patatas y la lanzó hacia atrás. Ella luchó contra él por reflejo, incluso mientras el medio muerto explotaba.
Debía de llevar un cinturón de dinamita con mecha corta. La explosión recorrió el claro, iluminando todas las caras, silueteando todas las posturas. Los hombres ya chillaban, gritaban y lloraban cuando la detonación aún resonaba en los oídos de Clara. Había sangre por todas partes, sangre y… y… ¡ay, Dios!, la pierna de alguien estaba tirada al lado de ella, la pierna arrancada de alguien; podría haber pertenecido al medio muerto, o podría haber sido de un policía, estaba demasiado ensangrentada para saberlo.
—Jefes de brigada, localicen a los suyos —gritó Fetlock—. Retrocedan, formen un perímetro. ¡Rodeen los furgones, rodeen los furgones! ¡Disparen contra cualquier cosa que se mueva, repito, disparen contra cualquier cosa que se acerque a este claro!
Otra risita aguda, y otro medio muerto corrió hacia el claro. En lo alto, el rotor del helicóptero atronó la quieta noche estival. Una lanza de luz descendió hacia el suelo e iluminó al medio muerto mientras las balas acribillaban su cuerpo. Sufrió espasmos y pareció danzar, pero su mano logró activar el disparador que llevaba en el cinturón, y desapareció en una nube roja. La onda expansiva golpeó el lateral de una casa prefabricada como una lluvia de martillos.
—¡Jefes de brigada, mantengan a su gente a la vista, disparen a discreción, disparen a discreción! —chilló Fetlock.
—En marcha —gritó Glauer, empujando a Clara delante de sí mientras avanzaba con decisión hacia una trinchera—. ¡Mueve el culo!
Clara obedeció, y se lanzó dentro de la trinchera en el momento en que un tercer medio muerto saltaba por los aires en el borde del claro. El ruido era increíble, los gritos perdidos, las detonaciones, el helicóptero atronando el aire, hasta que Clara pensó que le reventarían los tímpanos. Dentro de la trinchera había seis policías de cazadora azul, y cuando aterrizó sobre la tierra del fondo seis armas la apuntaron. Una disparó pero erró el tiro. Glauer cayó junto a ella, luego pilló al poli que le había disparado, lo sujetó y le gritó algo a la cara, pero ella no pudo oír qué le decía. No podía oír nada. Sujetó uno de los enormes brazos de Glauer e intentó apartarlo del policía, pero él no se dejaba. Estaba demasiado ocupado en gritarle al hombre, gritándole por haber estado a punto de disparar contra uno de los suyos. Se produjo otra explosión, y Fetlock gritó algo. Parecía presa del pánico. Clara siempre lo había visto calmado y frío. Aquello era un desastre, una mierda de operación. No tenía ni idea de lo que iba a suceder a continuación, pero sabía que sería malo, sabía que sería… sería…
Volvió a hacerse el silencio, pero era tan irreal que al principio se negó a creer en él. Apenas podía oír el motor del helicóptero. Se asomó por el borde de la trinchera y vio las luces barriendo la ladera de la cresta, iluminando un árbol tras otro. Iluminando senderos de animales, iluminando vieja maquinaría de minería que se oxidaba a la intemperie.
Las luces encontraron una pila de cadáveres. Cuerpos de policías, al menos media docena. Los habían amontonado, como para recuperarlos más tarde.
El walkie-talkie de Fetlock crepitó y silbó. Alguien lo llamaba para pedirle más órdenes. Repitieron la solicitud.
Ella no podía ver a Fetlock desde donde estaba, acuclillada dentro de la trinchera, pero podía oírlo.
—Permanezcan alerta —dijo Fetlock—. Esto no ha acabado ni remotamente. Sólo están dándonos tiempo para que nos asustemos.
—Está funcionando —dijo Clara, pero sólo para sí.