2006
Una gran parte de la prisión estaba en llamas. Las internas gritaban en el patio, amotinadas, mientras que en el exterior la policía golpeaba la puerta con un ariete. Nunca se había parecido tanto a un castillo medieval asediado.
En lo alto de la muralla, Justinia observaba a su doble pelear con Laura Caxton, y deseaba poder ser ella.
Ah, era un deseo estúpido, y lo sabía. El objetivo de aquel plan había sido conseguir que Caxton matara a su doble. La directora de la prisión —una pequeña humana particularmente vil— había sido transformada para que fuese exactamente igual que Justinia, o al menos lo bastante parecida como para que superara una inspección rápida. Justinia le había arrancado un ojo a la mujer con sus propios dedos. Le había puesto el camisón de color malva que Justinia había llevado durante muchísimos años. Le había dicho que su única posibilidad de sobrevivir a esa noche era derrotar a Laura Caxton en combate singular.
No sería rival para Caxton, por supuesto. Y una vez que la directora hubiese muerto, Fetlock y sus compinches pensarían que Justinia había sido derrotada. Abandonarían la cruzada contra ella.
Pero Caxton no lo haría. No. Caxton sabría la verdad. Se daría cuenta del engaño. Y entonces se enfrentaría con un dilema. Tendría la oportunidad perfecta, la única, de escapar de la prisión en ese momento. Tendría el motivo perfecto para hacerlo, y sería la única persona que creería que Justinia aún estaba viva. La única otra opción que le quedaría sería la de regresar a su pequeña celda como una buena chica, y cumplir la sentencia hasta el final.
Si lo hacía, había decidido Justinia, dejaría a Caxton en paz para siempre. Huiría al oeste y se ocultaría durante cien o mil años, en espera de que se presentara una nueva Némesis, fuera hombre o mujer.
Pero si Caxton seguía a Justinia por encima de la muralla, bueno, la partida volvería a retomarse. Se barajarían las cartas y se repartiría una nueva mano.
Justinia sabía que debía ejecutar su huida con la debida rapidez. El plan se estropearía si alguien la veía encima del muro. Pero no podía evitarlo; quería mirar sólo un ratito más. Ver vencer a Caxton. Saber qué elección hacía Caxton, si continuaba con la persecución o renunciaba a ella.
«Vamos, Laura —pensó—. No me decepciones ahora.»