41

Glauer se lamió una comisura del bigote.

—Espero que hayamos hecho lo correcto —dijo. Había estado incómodo con aquella maquinación durante todo el tiempo, a pesar de que había sido idea suya. Clara sabía que siempre podía contarse con que Glauer haría lo correcto, desde su punto de vista, pero que también lo pasaba mal justificando sus acciones cuando iban en contra de la ley.

—Yo sólo espero que hayamos hecho lo suficiente —le susurró Clara. Los dos se paseaban de un lado a otro por el claro, haciéndose visibles como había pedido Fetlock. Exhibiéndose para cualquier medio muerto que pudiera estar observando. Clara se sentía como si tuviera una diana pintada en la espalda.

Apenas si faltaba media hora para la puesta de sol. Sin embargo, La Hondonada bullía de actividad. A los brujetos los habían hecho entrar en sus casas, y luego los habían encerrado en ellas. En torno al diminuto pueblo habían apostado policías en puntos estratégicos, todos dispuestos a abrir fuego si alguien intentaba salir por la puerta de su propio hogar. Entre tanto, los agentes del SWAT estaban cavando una trinchera en un lado de La Hondonada, e instalaban entre los árboles de la pendiente de una de las crestas puestos para tiradores. Estaban estableciendo posiciones de disparo, igual que los soldados cavan trincheras y construyen nidos de ametralladora antes de un ataque enemigo. Eso era con total exactitud lo que esperaba Fetlock. Un ataque frontal de medio muertos que con toda probabilidad llegarían por el camino principal, aunque también estaba preparado por si llegaban por encima de cualquiera de las crestas. Los medio muertos intentarían aplastar a los policías, y luego Justinia Malvern efectuaría su entrada espectacular, y se bebería la sangre de cualquier superviviente antes de ir a por el premio grande. El furgón celular se encontraba aparcado en medio del claro, esperando a que lo destrozaran con el fin de que Malvern pudiera llegar hasta Laura Caxton.

Por supuesto, Fetlock no pensaba permitir que sucediera eso. Su intención era que los policías de cazadora azul atraparan a los medio muertos en un mortífero fuego cruzado, y que luego Malvern llegara a arrasarlo todo y se situara en la línea de tiro de una media docena de francotiradores. Pero sus tiradores más certeros podrían no bastar para acabar con un vampiro, y él lo sabía. Los vampiros eran diabólicamente veloces, y los francotiradores eran más efectivos contra blancos estacionarios. E incluso para ese caso tenía planes alternativos. Él afirmaba tener algunas sorpresas ocultas dentro del centro móvil de mando, cosas que no quería revelarles a Clara y Glauer. También contaba con el helicóptero, aunque lo que podía hacer estaba por verse.

—En Gettysburg teníamos helicópteros —le había dicho Glauer, que discutía pacientemente mientras Fetlock se limitaba a estar pagado de sí mismo—. No sirvieron de mucho.

—Allí los usaron como vehículos de apoyo, sobre todo para reunir información. Créame que presté atención cuando leí su informe, agente especial.

Glauer se había encogido de hombros y no había formulado más preguntas.

Así que ésa era la trampa, y Clara tenía que admitir que parecía formidable. Entre tanto, Darnell estaba en lo alto de las crestas, asegurándose de que no resultaran demasiado inexpugnables, de que no espantaran a Malvern antes de que apareciera en la mira telescópica de Fetlock. Éste y Urie Polder habían encontrado la manera de que pareciese que los polis habían dañado tontamente su propia línea de defensa. En lugar de retirar sin más el cordón de teleplasma y el perímetro de gritones cráneos de pájaro, Darnell arrancaría algunos trozos del cordón de teleplasma como si se hubiera visto obligado a hacerlo para entrar a escondidas cuando había empezado a espiar por La Hondonada (en realidad había podido eludirlos con facilidad), y luego echaría tierra sobre un par de cráneos como si lo hubiera hecho por descuido. Eran encantamientos frágiles y fáciles de desactivar, y cabía dentro de lo posible hacer que pareciese un accidente. Como resultado de esto, quedaría abierto un paso para que los medio muertos atravesaran las defensas y se metieran de cabeza en las trampas de Fetlock sin que pareciera que les habían dejado el camino expedito.

Cuando la casi horizontal luz del crepúsculo cayó sobre las laderas occidentales cubiertas de árboles, todo estaba a punto. Clara sintió los músculos de la espalda rígidos y tensos. Contempló los últimos rayos encarnados de luz solar que atravesaban las hinchadas nubes como si no fuera a verlos nunca más.

—No sucederá de inmediato —le dijo Glauer.

—Lo sé —contestó ella.

Era muy improbable que Malvern fuera a atacar en el momento exacto de la puesta de sol. Debía dormir durante todo el día en su ataúd. No tenían ni idea de dónde podría estar el féretro, pero probablemente no estaría dentro de un radio de quince kilómetros alrededor de La Hondonada. Tendría que viajar hasta la trampa, para lo cual podría tardar diez minutos, o varias horas. Y era demasiado inteligente para atenerse a un horario previsible. Atacaría cuando menos lo esperaran, lo cual significaba que el ataque se produciría en cualquier momento.

Glauer y Clara continuaban paseándose de un lado a otro por el claro, aun cuando había oscurecido tanto que apenas podían distinguir la cara del otro. No se detuvieron ni cuando empezaron a tropezar con raíces de árboles. No les habían dado la orden de detenerse.

A Clara le picaba cada centímetro de su piel a causa del miedo. Por cada poro de su cuerpo manaba grasiento sudor de miedo, aunque la temperatura descendió con rapidez cuando acabó de oscurecer. Todos sus instintos le decían que huyera.

—Puede que no suceda esta noche —dijo Glauer, cuya voz sonó extrañamente fuerte en las tinieblas.

—Tú sabes que sí será esta noche —dijo ella.

A pesar de todo, pasaron quince minutos en una oscuridad total, y no sucedió nada.

Pasó una hora, y no sucedió nada.

Dos horas.

—¡Ay, Dios mío, venga ya de una vez! —gritó Clara, para intentar romper la tensión. Uno de los policías de cazadora azul que estaba cerca cogió su arma y la apuntó con ella, con los ojos muy abiertos; la espalda del hombre subía y bajaba de modo exagerado a causa de su respiración agitada. Al parecer, ella no era la única que se estaba volviendo loca por la espera.

Intentó controlarse.

Se llevó un sobresalto de muerte cuando una radio crepitó detrás de ella. Se volvió y vio a Fetlock asomado por la parte posterior del centro móvil de mando. Una luz amarilla le teñía la mitad de la cara. Tenía un walkie-talkie en una mano, y se lo acercó a la boca.

—¿Unidad nueve? Repita —ordenó.

—Unidad nueve informando de contacto —replicó el walkie-talkie. El hombre del otro lado de la conexión parecía tenso y muy nervioso—. Tenemos múltiples sujetos atravesando la línea de los árboles, en localizaciones Whiskey Tres y también en Yankee Uno. Repito: tenemos…

El hombre calló. Clara no podía mover ni un músculo. Lo único que podía hacer era quedarse allí de pie y observar la cara de Fetlock, en la que nada cambió.

—Unidad nueve, repita —ordenó Fetlock.

Pero la unidad nueve no repitió la información. En cambio, empezó a gritar, un terrible sonido diminuto que manaba del walkie-talkie. El sonido de un hombre al que hacían pedazos cuando aún estaba vivo.

No cabía duda ninguna. El ataque había comenzado.

32 colmillos
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